Problemas técnicos impidieron que todo el Gijón congregado ayer multitudinariamente en el Muro para despedir a la Semana Grande pudiera entonar a capela el inevitable "Gijón del alma". Un Restallón sin el himno local es como una descarga de pólvora mojada, una despedida sin pañuelo al viento, un insulso "hasta luego, Lucas"... Desconocemos qué extrañas vicisitudes de la técnica confluyeron al unísono para silenciar la voz enlatada de Víctor, pero el estallido de júbilo que precede al bombardeo de sonoro fuego de artificio quedó este año huérfano de gijonesismo. Sin duda cabe considerar emotiva la danza prima de cada 15 de agosto, baile que es la mirada rítmica de Gijón puesta en la mar en sufragio de los que se embarcaron y ya jamás volvieron; pero nada eriza tanto la piel de esta ciudad como un gol del Sporting o el rugido de varios miles de gargantas entonando a voz en grito las estrofas de ese "Gijón del alma" zurcido al pentagrama con las notas del ADN local.
