La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

El asesinato del Rey León

El duelo planetario ante la muerte de "Cecil"

Ochenta millones de espectadores en todo el mundo han comprobado que "El Rey León" es en realidad un hombre interpretando a un animal. Con el autor de estas líneas incluido, el público del montaje de Disney supera ampliamente en número a los occidentales que han contemplado a la fiera en libertad. La antropomorfización escénica en el musical de éxito contribuye a explicar el duelo planetario ante la muerte de "Cecil", que ya solo puede calificarse de asesinato. La profesión de dentista del cazador también ha contribuido a la repulsa unánime. Los pacientes se han vengado del pánico a la silla eléctrica de los odontólogos, que infunde más respeto que las garras de un felino. El buen gusto obliga a no coincidir con Mia Farrow ni en el menú del desayuno, pero abrazaremos su llanto por la muerte de "Cecil" a efectos retóricos. Antes que al dentista, se debió condenar a quienes le colocaron un GPS al león, privándolo de intimidad para convertirlo en un robot. Los autores del secuestro esgrimirán que la implantación de la vigilancia perpetua ya ha sido aceptada por los humanos, controlados en todo momento por sus teléfonos inteligentes. La conversión en cyborgs no debe excluir a las antiguas fieras, hoy humanizadas. Sin adentrarse en la interpretación psicoanalítica de que el asesinato de "Cecil" comienza al endosarle un nombre de caniche de yate de magnate ruso, cuesta apuntarse a la tesis sobre la valentía del dentista homicida. En primer lugar porque, al igual que en su consulta, trabajaba con armas anestésicas. En segundo lugar, porque las estadísticas no avalan la proeza, sino la rutina. El marcador de la matanza de reyes de la selva en Zimbawe durante los últimos años señala un rotundo Cazadores, 800 - Leones, 0. Este dato no solo obliga a replantearse la asignación del concepto de depredador, alienta además la obligada simpatía hacia los perdedores. Al igual que en las corridas de toros, un marcador más ajustado de dos leones muertos por cada cazador contribuiría a la aceptación global del evento. Al igual que nadie entra en el agua de una playa superpoblada sin prevención a ser descuartizado por un tiburón, Goodwell Nzou recordaba en el "New York Times" que la adoración primermundista de "Cecil" cambiaría si lo hubieran visto merodear por su aldea. Estaba aportando una gran idea, instalar leones en los parques de las metrópolis occidentales, para que Mia Farrow ejercite su solidaridad in vivo. Un león suelto en Magaluf remataría la fama del enclave, y el encierro de leones enriquecería los sanfermines.

Compartir el artículo

stats