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Para cambiar

Ese Gijón insalubre

Algunos aspectos de la ciudad relacionados con el bienestar que preocupan

Confieso que no soy muy de escribir sobre localismos, pero, habida cuenta de que desde hace muchos años vivo en esta ciudad y que algunos lectores me lo han sugerido en varias ocasiones, les voy a comentar algunos aspectos de Gijón, relacionados con el bienestar, que producen intranquilidad y preocupación. Por ejemplo, guárdense de tomar un baño de mar en las escaleras 21, 22, 23 y 24 donde el agua tiene un aspecto lechoso, turbio y con una espuma sospechosa en la superficie que seguramente procede de emisarios. Tampoco aparten mucho la vista del suelo cuando caminen por muchas zonas de la ciudad porque podrían pisar alguna caca de perro no recogida por sus incívicos dueños y cuyos restos se llevará usted en los zapatos a su casa. ¿Cuántas sanciones habrá impuesto el Ayuntamiento por violar esta norma municipal?

Por muy tolerantes que sean ustedes no podrán evitar un gesto de asco cada vez que pasan al lado -sobre todo en verano- de los contenedores de basura que abundan por doquier en toda la urbe, algunos estratégicamente ubicados enfrente de bares y establecimientos alimenticios. Uno se pregunta: ¿por qué no proceden de una vez por todas al soterramiento del conjunto de estos depósitos y así dejan de ser un foco de infecciones y malos olores? ¿Para qué sirve el superávit municipal cebado con abusivos impuestos si no es para invertirlo en el bienestar y la salud de los ciudadanos?

Seguramente también se sorprenderán de que en un lugar tan céntrico y transitado como la calle París pase un riachuelo repugnante cuyos olores y residuos flotantes resultan insoportables. Se da la circunstancia de que este regato atraviesa el Parador y desemboca en el pestilente estanque del Parque de Isabel la Católica, llenándolo de todo tipo de desperdicios.

La imagen de un carro de chatarreros con un pobre caballejo que transita por las principales avenidas y calles de la ciudad resulta penoso y propio de la posguerra. Me dicen amigos ciclistas y motoristas que los excrementos del rocín no son recogidos y, al ser aplastados por los coches, quedan en la calle, con el peligro de que en una caída puedes resultar infectado de tétanos; ¿estará permitido por las ordenanzas este tipo de tartanas?

Y qué les voy a contar que no sepan de las nubes de carbón y otros humos y de las decenas de locales deteriorados sin alquilar y sanear en zonas tan principales como el paseo del Muro de la playa de San Lorenzo, que, aparte de la contaminación estética que produce su suciedad y abandono, son hogar de miles de ratas y otros bicharracos con el consiguiente riesgo para la salud.

Por cierto, ¿cuanto se gastará el Ayuntamiento en borrar los monigotes con los que los pintamonas emborronan y ensucian las paredes de Gijón?; ¿se habrá puesto alguna multa a estos chafalmejas?

Lo cierto es que podría continuar y llenar toda esta hoja con situaciones similares, pero como hay que ser respetuoso con el espacio y la paciencia de los lectores, acabo aquí esta nota con la esperanza de que sirva para algo.

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