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Profesor de Matemática Aplicada

NAP

Una reflexión crítica sobre la ley de educación impulsada por Wert

En Matemáticas un axioma es toda verdad o principio que se admite sin demostración. Es como los diez mandamientos o el no matarás. En toda democracia deberían existir una serie de axiomas, plasmados en la Constitución, sobre los cuales todos, incluidos los partidos políticos, deberíamos construir. Y cuando la casa se nos queda pequeña, deberíamos poder ampliarla o remodelarla de mutuo acuerdo. Perseguir la universalidad y la calidad de nuestro sistema educativo debería ser uno de dichos principios, y por tanto todas las decisiones que impliquen modificaciones importantes de dicho sistema deberían ser adoptadas con un amplio consenso político y social. Toda la ley que no responda a estos criterios es por lo tanto mala, por no decir pésima, porque viola el principio de interés general. Este es el caso de la ley de educación impulsada por el ministro saliente José Ignacio Wert.

Es cierto que el sistema educativo español posee muchas carencias que se fueron acrecentando en los años en los que nuestra democracia ha ido haciéndose mayor, según la sociedad española ha ido evolucionando desde los primeros capítulos de "Cuéntame". Es cierto que los niños y los padres de hoy nada tienen que ver con nuestros padres y con los niños que fuimos en su día. Es cierto que el ansia de aprender tampoco es, en general, el mismo, y más cuando un joven se da cuenta cuánto dinero ganan 22 tíos en calzoncillos corriendo detrás de una pelota. Y si no creen lo que les digo solo tienen que ir a ver un partido de infantiles y contemplar cómo los padres pierden la mesura como mandriles porque quieren que su hijo sea el nuevo Messi.

No obstante José Ignacio, sociólogo de formación (¡quién lo diría!), se pasó de frenada y vehementemente quiso modificar la ley de enseñanza, y lo hizo radicalmente, sin ningún tipo de consenso. Quizás creyó que no se podía negociar con los pedagogos socialistas porque estaban "demodés" y habían caído en desgracia, y terminó solo, rodeado de cadáveres. El primero el suyo. Es cierto que cuando Zapatero sembró los colegios de pizarras digitales fue una decisión casposa, muy casposa. Es cierto que el mantra del progresa-adecuadamente-necesita-mejorar de la escuela primaria, el hago-lo-que-me-da-la-gana de la ESO, y el aquí-te-pillo-aquí-te-mato de los dos exiguos años de Bachillerato, y el ahora-se-necesita-nota-sino-no-entras-después-de-aprobar-una-PAU-que-es-papel-mojado había que cambiarlo. Pero este señor (lo llamaré a partir de ahora Mr. JI) nos devolvió al mito de la caverna, a la PREU, a la reválida y sobre todo a la falta de consenso, terreno ya bien abonado por antiguos gobiernos socialistas. Es cierto que la adaptación de los estudios universitarios al espacio europeo ha sido una epopeya que carece del principal ingrediente de una salsa boloñesa, que no es otro que la zanahoria. Mr. JI tenía por tanto la coartada perfecta. Hasta fue capaz de reactivar la creatividad de los cineastas cuando, liado por Montoro (que sabe más de números), terminó subiéndoles el IVA.

Las cosas que funcionan no se cambian, y dicen los sidreros que los experimentos hay que "facelos" con gaseosa. Espero que Mr. JI, ahora que vive en París, en el barrio NAP (Neuilly-Auteil-Passy), aprenda este axioma mientras se echa una siesta ("to take a NAP" en inglés). Mr. JI verá por ejemplo que en Francia casi nada ha cambiado desde que Napoleón Bonaparte jugaba a la peonza en pantalones cortos, muy cortos, a decir por la cama que este pequeño gran hombre tenía en la Malmaison, el lugar donde yo en su día estudié cómo extraer el petróleo de las cosas. Y Mr. JI respirará el aire puro de la laicidad republicana, porque lo cortés no quita lo valiente, y lo laico nada tiene que ver con lo anti-religioso. José Ignacio, chéri, profite de ton amour, et ballade toi près du Champ de Mars de la main de ton aimée. C'est joli, n'est-ce pas? Quand même! Pendant ce temps tu nous as laissé, tous seuls, dans le caca!

Nunca entenderé que lo que los españoles admiramos cuando salimos al extranjero no seamos capaces de implementarlo en nuestra casa. Como diría un buen amigo mío, hay gente que cuando entra cierra la puerta de tacón, definitivamente. Es necesario que como país seamos capaces de definir un modelo educativo que propulse las tres carabelas de nuestro país a lo largo del siglo XXI. En particular, si queremos tener un futuro común como país es importante que recuperemos un modelo educativo único que respete el desarrollo y conocimiento de las diferencias lenguas y dialectos que se hablan en España, cuya salud no puede ser comparada con la del castellano, que juega en otra liga y que aun siendo maltratado seguirá siendo una de las lenguas más importantes, si no la más importante, del mundo. Por ejemplo en mi caso el bable me ha servido para aprender rápidamente a "falar" el portugués, y a gozar de las bromas y carantoñas de mis abuelos, lo cual es muy importante: "Ay Xuanín, Xuanín, Xuanín, yá puedes andar menudu que esa novia que tú tienes, trai castañueles nel ?! Por eso comprendo a gallegos, vascos y catalanes, pues su lengua es su cultura.

¡José Ignacio, converge! No se trataba de españolizar a los catalanes o a los vascos, era mucho más sencillo. Se trataba que a través del mismo modelo educativo todos nos sintamos felices de compartir un mismo acervo cultural y trabajar por un futuro que tiene que ser común: no cabe otra solución. Además, y pensándolo bien, bastaría con "asturianizar" a los herejes, pues en Asturias sabemos muy bien quiénes somos y el amor que tenemos a nuestra tierra y a nuestras tradiciones sin entrar en conflicto con los demás. Y lo digo con todo cariño por mis amigos vascos y catalanes: nosotros en Asturias ese complejo no lo tenemos. Desde este punto de vista nuestra identidad es absoluta, no relativa, somos "grandones". Por eso motivo Asturias es única. ¿No se habían aún dado cuenta? ¡Puxa Asturies! Puxemos por ella todos juntos remando en la misma dirección. Esa sí que es una buena "andecha".

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