Existe una falsa creencia constitucionalista según la cual la mejor Carta Magna es la que no se cambia. Enmiendas, las mínimas. Lo cierto es que la Constitución española envejece y empieza a reclamar un lifting. La renovación política que se anuncia en las urnas requiere de un texto constitucional remozado en algunos aspectos cruciales de la convivencia ciudadana. No podemos gobernarnos en 2015 con argumentos de hace tres décadas: no somos los mismos, el país ha cambiado y los acuerdos que apuntalaron la Transición se antojan papel mojado. Cambiar la Constitución, sin embargo, obligará a un monumental ejercicio de consenso. Y la clase política actual no parece proclive al entendimiento y al pacto. Más bien al contrario: predominan la disensión, el enfrentamiento, el culto exagerado a la verdad absoluta de cada cual... Difícil tarea la de restaurar el diálogo cuando todos vociferan y nadie escucha.
