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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Cumpleaños infelices

El septuagésimo aniversario del final de la II Guerra Mundial y de la muerte de Ana Frank

Este 2015, igual que todos los años, es un saco pavoroso de aniversarios fúnebres, macabros, como el del verano de hace un siglo, un año después de iniciada la primera gran guerra, que supuso millones de muertos, debido a que Gavrilo Princip, un separatista serbo-bosnio, con la mano sudorosa y la orina corriéndole entre las piernas, según cuenta Gabi Gleichmann en "El elixir de la inmortalidad", mató de seis tiros, en Sarajevo, a la archiduquesa Sofía y a su esposo Francisco Fernando, heredero del Imperio Austro-Húngaro, sobrino del emperador Francisco José, viudo de la edulcorada y mal narrada "Sissi", apuñalada por un anarquista y cuya muerte a causa de los navajazos no quedó muy clara. El atentado del independentista resultó ser un pretexto excelente para los que siempre sacan beneficio de las armas y de la sangre derramada por ellas, pues solamente en las batallas del río Isondo italiano, entre junio de 1915 y noviembre de 1917, las bajas llegaron a ser de más de medio millón de jóvenes; pero a los cadáveres hay que añadir todos los que quedaron gravemente heridos, lisiados y despojados del derecho a vivir su juventud con sueños e ilusiones.

Y en este año se conmemoran otros hechos luctuosos y bélicos: el septuagésimo aniversario del final de la segunda gran guerra, europea, mundial, con todo el dolor que siempre produce el fin de las contiendas a vencedores y vencidos, porque en ellas todos pierden y ganan siempre quienes las arman, con sus horrores y millones de muertos, porque todo lo que sucede una vez se repite; y en ella murieron muchos de los nacidos durante la primera contienda; otros habían caído poco antes como brigadistas en la de España, y no pocos acabarían aplastados por las bombas que lanzaron la RAF inglesa y las fuerzas aéreas americanas sobre la capital de Sajonia, Dresde, causando un espanto y estupor general aquella acción criminal sobre una ciudad indefensa que era, en realidad, la misma lluvia de ruina que anunció el presidente Truman refiriéndose a las bombas atómicas exterminadoras que hizo caer sobre Hiroshima y Nagasaki; y también debe recordarse la muerte en 1945, causada por el tifus, de la adolescente de quince años prisionera en el campo de exterminio nazi de Bergen Belsen, Anneliese Marie Frank, conocida como Ana Frank, que hoy sería una octogenaria muy vital y una escritora de una larga y fecunda obra, por la que muy probablemente le habría sido concedido el primer jueves de un octubre el Premio Nobel de Literatura.

Tampoco hay que olvidar a todas aquellas peleonas mujeres y hombres antibelicistas que se opusieron siempre a las contiendas armadas por los mandamases con sus ejércitos que son los pilares de los Estados; anarquistas sobre todo que -como se dice en la canción de "Addio, Lugano bella" acerca de la expulsión de la república burguesa suiza de los ácratas italianos refugiados en ella, por considerarlos altamente peligrosos- defienden la paz y la lucha de clases, a la vez que combaten la guerra entre los pueblos y solo participan en la de los oprimidos contra el opresor.

Pero cada día es el infeliz cumpleaños de alguna batalla mortífera porque siempre hubo guerras en alguna parte, guerras de treinta o de cien años o de siglos, guerras ahora mismo, en este instante, guerras que existirán ineluctablemente mientras haya estados con sus ejércitos, fuerzas marciales y sus artefactos de destrucción masiva amenazadores. En muchos países, como es el caso de España, se logró con mucho esfuerzo, dolor, castigos y cárcel por parte de los insumisos acabar con el servicio militar obligatorio; hoy hay países que abolieron tropas y milicias como Panamá y Costa Rica, pero más bien de boquilla porque, en caso de que se lo exija su protector estadounidense, no les quedará más remedio que tomar las armas, como sucedió con la participación obligada de esa última república en la ocupación de la República Dominicana que le quitaba el sueño al presidente Lyndon B. Johnson debido al pavor que le producía pensar que esa tierra caribeña se convirtiera en una nueva y aterradora Cuba comunista.

Y respecto a la guerra, en concreto a la iniciada hace un siglo, acaba de ver la luz un libro titulado "Nunca más la guerra", impreso aquí, en Asturias, en Meres, Siero. Está editado por el Aula Popular José Luis García Rúa, con textos del mismo Rúa, de Yolanda Díaz y de Chema Castillo, obra de sustanciosas ciento tres páginas, muy recomendable y dedicada a la memoria de la dulce y corajuda Marilines, María Ángeles Urquía, cristiana y anarquista, que dio siempre ejemplo de vida y cuya conducta imitable, aunque difícilmente porque eso requiere una fortaleza y heroicidad de santa, es decir, de alguien especial y aparte, la hacía pertenecer a ese grupo de personas con carisma, que derraman sus gracias y dones por donde pasan sin pedir nada a cambio y hacen este mundo mucho mejor y más vivible.

Dentro de cien años, en el año 2115, cuando la mayoría de los que nos hallamos hoy vivos entonces estaremos muertos, los habitantes de aquí que estudien la historia de España se quedarán patitiesos al descubrir lo pacientes y sufridos que eran los españoles del siglo anterior por soportar tantas tropelías, embustes y conducta indecente de sus gobernantes, esquilmadores de su hacienda, salud y bienestar y, sobre todo, se sorprenderán de su particular masoquismo que los conducía a elegirlos y reelegirlos para mantenerlos con las nalgas bien pegadas a sus poltronas debido, sin duda, al miedo a lo desconocido, es decir, a la libertad. O acaso no suceda nada de eso, porque serán igual de acríticos y pensarán lo mismo en cuanto a que sin amos, jefes, conductores, tutrices y tutores que los lleven por el buen camino se perderían en el bosque y los comerían los ogros rojos, negros y muy malos y populistas que tanto teme hogaño el partido de los populares.

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