Quienes sostienen que el verano termina en Gijón el día en el que la Feria Internacional de Muestras de Asturias echa el cierre es que no vieron al mediodía de ayer cómo estaba la playa de San Lorenzo: en bajamar y con la multitud disfrutando del sol y de la brisa del Nordeste que hacía más agradable aún la estancia bien en la arena, bien en el paseo en el que, por cierto, siguen campando a sus anchas ciclistas y más ciclistas como si no tuvieran al lado un flamante carril bici que Foro les ha puesto para su gozo y solaz.
El verano gijonés sigue adelante porque, en contra de los sabios criterios de los expertos que rechazan el turismo de sol y playa como vía única para promocionar esa industria, la ciudad es, como todas, una ciudad-caracol, que sale de casa en cuanto luce el sol. Sale de casa en verano y en el resto de las estaciones.
Los visitantes, que son todavía multitud, aguantan porque el sol luce y pueden dejar el chubasquero en el hotel. No hay más que ver tanto viandante con el plano de la ciudad en la mano buscando los lugares de visita más recomendados. A primera hora de la tarde de ayer una familia estándar, es decir matrimonio y dos hijos, pareja, busca nada menos que una popular librería, quizás en homenaje a Alberto, el bebé de Mieres, al que sus padres han inscrito como socio de una biblioteca, y no de un club de fútbol, que es lo típico.
Gijón, gracias al sol, alarga el verano en un esfuerzo que sin duda va a tener recompensa. El denostado turismo de sol y playa lejos de desaparecer va a más. Cuando los cielos grises del otoño y del invierno se echen encima de nosotros habrá que acordarse de estos días que han seguido a la Semana Grande y que se han convertido en gozosas jornadas de un Gijón que se resiste a encerrarse en casa y que quiere disfrutar de la mejor estación de su particular calendario.
