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Fútbol de Estado en agosto

La Liga como garantía de unidad de España

Con la gente todavía en la playa, vuelve el fútbol de campeonato para consuelo del cesante, entretenimiento de las masas y garantía de la permanencia y unidad del Estado. Si en Grecia adelantan las elecciones para arreglar su entuerto, aquí adelantamos el comienzo de la Liga con parecido propósito. Y si es preciso, las autoridades hacen jugar a los equipos hasta el día de Nochevieja. La razón oficial del adelanto sería la Eurocopa ; pero también pudiera haber motivos de mayor fuste.

Nadie ignora que de aquí a diciembre se van a ventilar asuntos de tanta trascendencia como un proyecto de secesión y unas elecciones generales de las que puede salir cualquier cosa. A la vista de semejante panorama, parece lógico que el Gobierno recurra al fútbol en dosis masivas para diluir la tensión en el ambiente.

Además de sustituir a la religión como opio del pueblo, el balompié ejerce en este país el papel de garante de la unión de sus reinos autónomos. La Liga que siguen con imparcial devoción los nacionalistas y los unionistas es la verdadera columna vertebral del Estado, por más que ese rol se le asigne en teoría a la Constitución.

Baste observar que uno de los más poderosos argumentos contra una fractura de España a la yugoeslava es, justamente, la situación en que quedarían los clubes de la parte segregada.

Una Liga catalana sería incluso más aburrida que la de Escocia. De ahí que los aspirantes a la presidencia del Barça en las últimas elecciones dejasen caer que su equipo debería seguir en la Liga española. Bien es verdad que lo afirmaron con más voluntad que esperanza, todo hay que decirlo.

Con las cosas del balón no se juega. La experiencia reciente demuestra que a los españoles se les puede tocar el sueldo, la pensión y hasta las narices sin que ello traiga consecuencias para el Gobierno ni para el orden público. Se puede jugar, igualmente, al mecano de la deconstrucción del Estado y a la República Independiente de Ikea, mientras esas diversiones no entren en conflicto con la Liga.

Ahora bien: cuando queda bajo amenaza el clásico anual entre el Barça y el Madrid o -si fuere el caso- la participación del Athletic en la competición, estamos entrando ya en dominios mucho más delicados. Solo los más extremados nacionalistas, si alguno, estarían dispuestos a renunciar a la participación semanal de su equipo en la Liga, por muchos y muy altos que sean los motivos patrióticos invocados.

Nada cuesta deducir que el fútbol es en España una -y no la menor- de las razones que sustentan la unidad del Estado frente a las tensiones centrífugas que periódicamente lo zarandean. De hecho, la única huelga que en realidad conmocionó al país fue la de piernas caídas de los futbolistas, que el Gobierno solucionó raudamente por la cuenta que le tenía.

Conscientes de todo eso, las autoridades han decretado el adelanto de la Liga para afrontar con la necesaria ración de fútbol el otoño caliente que se les viene -y nos viene- encima. Malo será que la situación no se arregle con unos cuantos goles de Ronaldo y un par de genialidades de Messi. La función acaba de arrancar.

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