Un miembro del gabinete del presidente de los Estados Unidos preguntó a José María Aznar durante una visita a la Casa Blanca: "Señor, ¿qué es lo que fabrica España?". "Coches, España fabrica coches", tuvo que responder por tres veces el exlíder del PP ante el incrédulo asesor norteamericano. La respuesta no podía resultar más certera aunque sorprenda incluso a los propios españoles. España es el primer productor de camiones y el segundo de coches en la UE, y el noveno del mundo. El espectacular balance comercial que Asturias lleva este año tiene su base en la compra de acero a Arcelor por firmas de automóviles italianas, que han dejado de proveerse de una siderúrgica de su país clausurada por razones medioambientales.

No se logra exportar por oportunismo o por casualidad. Arcelor ha transformado y reestructurado líneas que antes dedicaba a perfiles para la construcción, una actividad que no levanta cabeza tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, para reemplazarlas por otras de carril endurecido, para las vías de tren de Alta Velocidad, o de chapa galvanizada, para coches. Por eso suma récords de pedidos y de producción. La automoción reverdece. Aunque Asturias, desde el cierre de Suzuki, carece de plantas de fabricación, sí cuenta con un pequeño tejido de talleres dedicados a realizar componentes para vehículos. Algunos envían fuera casi la totalidad de lo que manufacturan.

Es imposible desconectar el auge de las exportaciones del buen momento de la producción industrial. Las empresas han renovado equipos, modernizado sus instalaciones, recuperado capacidad y asumido el reto de dar respuesta a los suministros de unos consumidores rigurosos, en una puja mundial que no permite dormirse ni un minuto en los laureles. Si Asturias, región demasiado ensimismada, una actitud perdedora en la era global, conquista un poquito del mundo es porque los productos que ofrece convencen. Y ese círculo virtuoso proyecta sus bondades sobre las listas de empleo. El paro en la industria nacional consolida 28 meses consecutivos de descensos, desde abril de 2013. También en la región cae a mayor velocidad en esta rama.

Los países de la UE, los principales clientes de las empresas asturianas, recuperan fuelle, lo que ayuda a estimular los negocios. También crecen las compras desde EE UU, en particular de cinc (no hay que olvidar que Castrillón acoge, con Asturiana de Zinc, a la primera fábrica del mundo por productividad de este metal). La caída del precio de las materias primas y de los combustibles ayuda a consolidar posiciones competitivas respecto a las naciones emergentes, como por ejemplo China, ahora forzada a una devaluación para sostener su ritmo de ventas. Pero estos datos coyunturales por sí solos no justifican el despegue.

Con ser pocas todavía, hay más empresas que exportan con regularidad. Durante la última década se han duplicado, superando las 2.000. El valor de sus transacciones aumentó el 52%. Los gestores de las compañías son conscientes de que sus posibilidades de resistencia van unidas a elevar los estándares de sus productos, hacerlos cada vez mejores, innovando, investigando, perfeccionando, y llevándolos cada vez más lejos. Las industrias agroalimentarias permanecen alejadas de este fenómeno por falta de orientación y apoyo, pero podrían ser una mina para agrandar las estadísticas de comercio.

Hay nuevos clientes al margen de los tradicionales. Comerciales incluso de talleres pequeños viajan durante todo el año por mercados en auge, como los asiáticos, los africanos o los latinoamericanos, en busca de contratos. Y hay cierta flexibilización laboral que permite ganar eficiencia y abaratar costes, aunque no todavía generar tantos puestos de trabajo como sería deseable para acabar con la intolerable lista del paro. El bajo porcentaje de población activa supone un enorme lastre estructural, amplificado en Asturias. El escaso tamaño empresarial, lo mismo. Una malla tan tupida de microempresas dificulta la competitividad, genera menores economías de escala, disfunciones inversoras, inconvenientes para innovar, y limitaciones de financiación, contratación cualificada y especialización.

Ojalá este "boom" llegue para quedarse. En manos de los asturianos está. Los astilleros, por ejemplo, otro de los sectores que contribuyen al empuje exterior, constituyen la prueba fehaciente de que querer es poder. Los grupos navales asturianos han logrado transformar unas dársenas en la ruina, arrasadas por la competencia oriental, en un negocio próspero centrándose en barcos de tecnología avanzada y elevado valor añadido.

El modelo de crecimiento antiguo estuvo basado en el crédito y el consumo interno. El nuevo lo sostiene, a pesar de sus restricciones, la demanda externa. La marcha de las exportaciones da solidez y optimismo a las perspectivas de recuperación y refuerza la idea de que Asturias hace muchas cosas bien, valoradas hasta por los compradores más exigentes. Algo primordial en una tierra como ésta tan necesitada de impulso y de autoestima.