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El milagro de Braga

Una visita al monasterio del Bom Jesus

Lo sé. No me van a creer. El destino quiso que lo insólito me acompañase muchas veces por la vereda, pegadito a mi sombra. Por ello, me abstengo de contar pasajes de mi anecdotario a riesgo de que el respetable, entre la incredulidad y la coña, me tilde de loco mentiroso compulsivo, las tres cosas. Así ocurre cuando cuento que en el parque Selous de Tanzania, salí a medianoche de la tienda a hacer el quinto pipí y un león frente a mí, en vez de comerme de un bocado se limitó a asistirme con el onomatopéyico psss? psss? Decidí entonces guardar silencio sobre estos asuntos. Pero, después de lo del otro día, no me reprimo, imposible, además, es el exponente más claro, y no es ciencia ficción, del comienzo de la revolución de la tecnología contra sus propias limitaciones. Voy.

Si alguien no conoce la ciudad portuguesa de Braga, que vaya. Una joya para no dejar aparcada en el camino. Amenazaba agua la mañana y la mi Geli precisó de una rebequita. Lo primero en Braga es ir y contemplar la excesiva monumentalidad del monasterio del Bom Jesus. Fácil. Para eso tengo mi iphone y a su Siri, una bendita aplicación de voz femenina y melodiosa que da respuestas a lo que le pidas. A Siri la llamamos Mari Pili, nos es más familiar y menos cursi. Voy y le pregunto primero: "¿Dónde estoy?" Y responde Mari Pili: "En la estrada S. Joao de Souto". Investigo entonces con su asistencia mi destino: "Deseo encontrar al Bom Jesus". O Mari Pili no me oyó, o se lo pensaba más de la cuenta. Fue lo segundo. Respuesta de Mari Pili: "Te pediría que le comentases tus dudas espirituales a alguien más cualificado. Idealmente, a un ser humano". La mi Geli puede dar fe de que no es éste otro de mis cuentos. Por fin los megas se sublevan contra la sinrazón de traspasar sus atribuciones.

Obedecimos a Mari Pili. Salí del coche y le pregunté a una bella dama en la flor de la senectud por el Bom Jesus. Dijo que la siguiéramos, y montada en una Vespa nos guió ciudad adelante y luego en la ascensión a la colina donde en lo alto se erguía el templo del Todopoderoso Bom Jesus. Y nos indicó, siempre con la dulce sonrisa en la boca, que para comer no le diéramos vueltas, al Restaurante D. Júlia. Recomendó un arroz caldoso con bacalao y pasas, que maridaba de miedo con un vino branco del Duero. Aún con la mente en la cosa milagrosa, me despedí de ella: "Muchas gracias, señora Virgen". Y ella respondió sin apear la sonrisa: "Humana, hijo, humana".

Y sonaron unas campaninas por encima de nuestra cabezas mientras el ser humano en su vespa se perdía entre los alcornoques.

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