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La osa en los huesos

Reflexiones en torno a una dramática fotografía y el calentamiento global

Yo también la vi. En el Facebook de la fotógrafa alemana Kerstin Langenberger vemos con dolor una imagen que vale más que muchos megas. Una osa polar, escuálida, apática de cara, hipotónica, adinámica, sobre una placa de hielo intenta dar pasos y le es imposible, intenta sentarse y teme que se vaya al hielo, que mengua a marchas forzadas, y no se levante hasta que los buitres polares den cuenta de sus huesos. La fotógrafa capta la más dramática instantánea de lo que precede al final, al final de la vida de la osa y al final del deshielo completo. Punto final y sin retorno de esos megacubitos de hielo que nutren a los seres vivos desde los extremos superior e inferior del planeta. Es la gran regadera del mundo, hasta ahora generosa con sus dádivas hídricas. Pero la fuente universal camino va de secarse, como la fuente de la canción, y entonces vamos a cantar leches. La solución parece fácil. Vamos a ver, si yo instalo un horno de asar cochinillos y lechazos al lado de una nevera, coincidiremos usted y yo que joderemos el frigorífico y, lo más dramático, también los alimentos que guardaba el desgraciado aparato, que se convierten en basura maloliente. Como olerá la osa, seguro que ya huele, en su prematuro e injusto estado de putrefacción. ¿Es tan difícil apartar el horno del frigo? Para una cosa tan chorra, llevan reuniéndose mandatarios del mundo desde hace una partida de años, y venga protocolos, desde la primera voz de alarma con el Convenio de Ramsar (Irán, 1971), Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono (1985), Protocolo de Montreal (1987), Convención Marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático (1992, UNFCCC), Convenio de Naciones Unidas de lucha contra la desertización, Protocolo de Kioto (1997), Convenio de Estocolmo (2001). Cito sólo algunos para no aburrir con la lista interminable de despropósitos, pero al menos, que sepa la osa polar de los huesos que los chicos han hecho todo lo posible para demostrar que son genéticamente estúpidos y lo han conseguido: el puto horno seguirá allí, asando lechazos de Castilla, muy rentables en el mercado, y derritiendo las reservas del elemento fundamental para la vida: el agua.

Uno va perdiendo la esperanza de que el sentido común azuzado por estos reportajes fotográficos y documentales sobre los efectos del indiscutible calentamiento global rectifique y se llegue a tiempo de no ver nuestros repollos convertidos en cenizas. Se puede y se debe seguir dando el coñazo, es nuestra obligación. Convencer a los poderosos del planeta de que el gran horno es beneficio transitorio y para unos pocos, mientras la inversión en la capa de ozono y el mantenimiento de los hielos polares es beneficio definitivo y vida para los animales irracionales y racionales, aunque éstos no se lo merezcan.

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