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Ortega y Gasset ensalzó la claridad política de los asturianos, su buen sentido "sin nieblas interpuestas" para afrontar los problemas. Asturias precisa mucho espíritu orteguiano frente a los retos de un mañana incierto. La recesión global y los trepidantes cambios señalan el inicio de una de esas épocas históricas de corte, en la que nada volverá a ser como antes. Movimientos masivos de refugiados hacia Europa, a la que ven como una tierra de justicia, igualdad, bienestar y libertad, anticipan nuevos dilemas en un mundo en el que ya nada resulta ajeno, por muy lejos que ocurra.

En cuestión de semanas habrá que digerir el órdago de los independentistas de Cataluña, y un poco más adelante reabrir el melón de la financiación autonómica. Algunos pretenden aprovechar este clima revuelto para hacer confundir diferencias con desigualdad. Regiones diversas sí, pero ciudadanos con idénticos derechos. Sólo la solidaridad y la ausencia de privilegios lo harán posible.

No hay otra prioridad para Asturias en la sanidad que sostener el sistema con sus propios recursos en un contexto de escasez. Mantener los estándares con el grado máximo de utilidad sanitaria: es decir, mejorando la salud de los asturianos. Hasta ahora, fuertes restricciones presupuestarias que tienen soliviantado al personal propiciaron el equilibrio. Las listas de espera no engañan, reflejan los desaciertos. Veinte mil asturianos aguardan por una operación, con demoras cada vez más largas. No cabe esperar otra cosa del HUCA, alcanzada la velocidad de crucero en su funcionamiento, que verlo convertido en un centro de alto nivel, referencia nacional y guinda a una red primaria de medicina efectiva de proximidad.

La educación requiere aumentar la exigencia. El listón cayó bajo mínimos para los discentes y los docentes. Siete mil profesores van a recibir un plus de productividad por su rendimiento, todos los que cumplían los requisitos burocráticos para solicitarlo. Ni uno sólo fue tumbado en la evaluación de mérito. El Principado, los empresarios y los sindicatos han convertido la formación con prácticas, los aprendices, en un cuento. La Universidad produce talento pero lo malgasta: cierra la puerta con la endogamia a los mejores.

Asturias cuenta con un área metropolitana central de 850.000 habitantes, similar al Gran Bilbao. Tiene tamaño de sobra para erigirse en una de las grandes ciudades españolas, en un gran polo de atracción. El localismo ha impedido hasta la fecha percibir tal ventaja. Ese minifundismo se hace especialmente patente en la cultura. Cada Ayuntamiento emprende la guerra por su cuenta, sin coordinación, disputándose las audiencias, acumulando déficits. Gijón acaba de perder 400.000 euros con los conciertos del verano. La industria cultural apenas existe y la que funciona, como la música clásica y la ópera en Oviedo, necesita abrirse camino entre un montón de prejuicios. Los creadores malviven de las subvenciones.

Está a punto de cerrarse un ciclo, el de la obsesión por las infraestructuras. Lo que no significa que Asturias haya vencido otros aislamientos: el de sus deficientes enlaces aéreos internacionales y el de su conectividad a la banda ancha. Internet equivale en el mundo de hoy al automóvil en la industrialización. El fin de las cuotas lácteas, un revés para la ganadería, reabre otra puerta, la de la agricultura selectiva. Miles de hectáreas de huertas fértiles, abandonadas en su día por el monocultivo de la vaca, esperan el retorno de productores y cosechas. Y con un manejo racional de los bancos de peces mantener las flotas artesanales no parece quimérico.

A los políticos asturianos les toca demostrar que son provechosos para la ciudadanía, aliviando de verdad sus dificultades. Deberían de empezar por dotar de sentido a la Junta, parlamento de la nada. En seguida todos le cogen el gusto al oropel: ni siquiera los nuevos, que llegan con ganas de romperlo todo, renuncian a su retahíla de asesores meramente clientelares. Al Gobierno del Principado le falta energía. Los males están diagnosticados desde hace mucho, alguna vez tendrá que arremangarse para al menos intentar corregirlos con coraje, innovar, perder el miedo al fracaso y dinamizar nuestra región.

No puede sostenerse indefinidamente la dependencia de las pensiones. La crisis obligó a desandar mucho camino desde la reconversión de finales de los noventa. Hay que ponerse otra vez a remar, y sin auxilios públicos. Pero en el frontispicio del libro de los propósitos, el primero de todos, del que derivan el resto, es menguar la lista de 85.000 parados. Sin trabajo no hay futuro que valga.

Salvador de Madariaga elogiaba el espíritu crítico de los asturianos y, por tanto, su consciencia. El Día de Asturias, en puertas, es jolgorio pero también reencuentro con el alma de esta tierra, momento de evocación de valores, como la lealtad y la identidad, enraizados durante siglos, desde que Covadonga entroncó el Principado con España. Un instante propicio para pensar en la senda de la renovación en la que tenemos que porfiar sin desmayo.