La "generación del cambio", dice este periódico, ve como cosas buenas de Asturias el carácter, el paisaje y la comida, y como malas, la resistencia al cambio.
La "generación del cambio", que se sitúa entre los veinte y los cuarenta y cinco años, hace, quizá sin querer, un pobre balance de su tierra. El carácter y el paisaje nos vienen dados; la comida, no; la comida es obra humana en el cultivo de los manjares y en la elaboración de los mismos. Pobre balance, pues, de las cosas buenas. Sin embargo, la queja por la fuerte resistencia al cambio es otra historia.
Con el debido respeto, ¿de qué cambio estamos hablando? Porque los que vamos mayores, que diría un gallego, hemos afrontado en nuestras vidas numerosos cambios y, que se sepa, hemos salido airosos de los mismos. En el final del antiguo régimen nos llamaron al cambio precisamente de régimen. Y cambiamos con cierta naturalidad, sin pegar tiros por las calles y sin derribar torreones.
Pocos años después llegó un partido político que anunció el cambio y doscientos dos diputados recibió para pilotar el cambio. Cuando le preguntaron al líder de ese partido qué era el cambio, respondió: "Que España funcione". En esa época de cambio, el país entró en Europa y en el país cambiaron muchas cosas sin que casi nadie se asustara. Los cambios políticos continuaron. Pero más cambios, quizá, se produjeron en la vida social y en la tecnología al servicio del ser humano, a la que los asturianos nos incorporamos con naturalidad.
Ahora nos dicen las gentes más jóvenes que en Asturias hay una fuerte resistencia al cambio y los ilusos pueden preguntarse con toda la razón por el cambio. ¿Cuál es el cambio que viene, cómo ha de afrontarse, adónde nos va a llevar? El cambio, bendito cambio, al que se apela de forma continuada quizá para resumir en una palabra la crisis de la región. La crisis parece eterna en Asturias.
