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La Diada y el sondeo del CIS

El 27-S el quid no estará en el recuento de los votos, sino en las interpretaciones

Con la concurrencia prevista, la Diada fue el masivo mitin de apertura de campaña del frente soberanista catalán Junts pel Sí. Politizada y polarizada en un solo frente, la espectacular movilización de ciudadanos incómodos en el Estado español ha sido eso: un espectáculo organizado para la imagen, ésta vez más trufado que nunca de símbolos unilaterales. Con todas sus cargas de emotividad y alegría, y la participación de familias enteras con parte de sus miembros en edad electoral y otra parte por debajo de ella, no sería un anticipo fiable de las urnas del próximo día 27 si no estuviera precedida por el último sondeo del CIS.

Ese sondeo de intención del voto da mayoría relativa al frente soberanista, pero sería absoluta sumando los votos de la CUP, no integrada en la plancha unitaria. Si los resultados confirman la tendencia, los extremistas radicales del arco parlamentario catalán apoyarán la secesión tapándose la nariz ante el muy erosionado Artur Mas, candidato a la Presidencia desde el cuarto lugar de la lista. O forzarán la renuncia de Mas si de ella depende el logro histórico de una explícita mayoría pro-independencia.

Con mayoría relativa o absoluta, sean en votos sea en escaños, los porcentajes en juego parecen tener entidad bastante para que el separatismo se sienta socialmente respaldado. Seguirían teniéndola aunque una pequeña desviación en las urnas rebajase el pronóstico y fueran realmente impedientes las resoluciones jurídicas en contra de la instrumentalización plebiscitaria de unas elecciones autonómicas. Artur Mas repite que ellos también son demócratas y respetarán lo que digan las urnas. Pero el quid no estará en el recuento, sino en la interpretación.

Por ello se ha generalizado el sentir de que lo que ocurra en los comicios del próximo día 27 significará menos para el inmediato futuro del país que las conductas de unos y otros desde el día 28. "Nada será igual", se oye decir, y con razón. Tanto si acceden al Gobierno autonómico las fuerzas de la plataforma, como si quedan fuera por corrimientos ahora imprevisibles, una masa de voto verificada por encima del 40% no es igual que una conjetura apoyada en "diadas" cuando se trata de potenciar un doble impulso: el de dar por suficiente la legitimación del separatismo y el de poner en marcha su proceso formal, tal vez irrecambiable por pactos o ventajas estatales que eviten la ruptura. Aun sin la hipótesis de la escisión, dos Cataluñas más o menos equipotentes seguirán siendo dos Cataluñas, gobierne quien gobierne. Hasta ahí han dejado llegar las cosas. Tendrá una importancia vital que los no separatistas concurran masivamente a las urnas autonómicas, pero induce al pesimismo contemplar este trance sin saber todavía qué quiere o qué puede hacer el Gobierno español ante un proceso de independencia "a cara de perro", interrogante repetido en un escaparate internacional ya inmerso en el asunto.

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