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Cosme Marina

Crítica

Cosme Marina

Las valquirias juegan al dominó

Continúa, afortunadamente, aunque con carácter bienal debido a las estrecheces económicas, supongo, el discurrir del festival escénico "Der Ring des Nibelungen" y, tras el prólogo de hace dos años, llegamos a "Die Walküre", la primera jornada de la tetralogía que Richard Wagner concibió como un gran fresco mitológico de las pasiones humanas y divinas, todo un universo conceptual que condensa una existencia y plantea constantes dudas, sobresaltos, alegrías y penas, errores, contradicciones, en fin, la vida en todo su esplendor y decadencia. Para cualquier teatro "El Anillo" es más que un reto, es un punto de inflexión y aún más en una temporada como la de Oviedo que ha de solventar los enormes inconvenientes de realizarse en una infraestructura nada apropiada para su desarrollo pleno, como es el teatro Campoamor, obsoleto en su prestación técnica e insuficiente en aspectos esenciales como, por ejemplo, las dimensiones del foso orquestal.

Por lo tanto, analizado siempre desde esa perspectiva de insuficiencia, incluso de indulgencia hacia determinados aspectos que en una temporada de primer nivel no se pasarían por alto, el estreno de esta nueva temporada se inició con una buena representación de "La Valquiria" que dejó momentos más que notables y especialmente brillantes en el concepto musical de la misma, a cargo del maestro Guillermo García Calvo y en los miembros del elenco. Sin embargo, encontró su punto más endeble en una propuesta escénica que al avanzar, ya una vez superado el prólogo, va demostrando carencias según el ciclo alcanza las mayores exigencias dramatúrgicas, con una significativa ausencia de trabajo actoral que lastra los resultados de conjunto. Y, en el caso de Wagner, esa carencia es preocupante porque sus dramas están pensados, ya de inicio, como obras de "arte total" en los que escena-voz-música han de militar en la misma división. Aquí no hay atajos posibles.

Ya desde "El oro del Rin" se percibió con nitidez que Guillermo García Calvo tiene una visión muy clara de la obra en su conjunto como tal, no como yuxtaposición, sino como una integral que va discurriendo por diferentes pasajes emotivos y sensoriales, con esa atmósfera poliédrica y totalizadora que nace de la partitura. Hay detalles en su trabajo de altura musical, de exquisitez, en la nitidez de los motivos conductores expuestos con claridad meridiana, y un avance dramático-musical aquietado, sin sobresaltos, con un contraste alejado de lo ampuloso. Su trazo lírico hace que la pulsión musical brote con un fuego expresivo que emociona. Lástima que los efectivos de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (obviemos algún que otro desajuste en los metales) no fueran los que debieran por razones de espacio. Porque de ahí se deriva el único tropiezo musical: una falta de densidad -por ejemplo, muy evidente, en el primer tramo-, de esa musicalidad casi untuosa de la música wagneriana cuando la plantilla está en las condiciones que debiera. Eso sí, esta merma aún hace más loable el esfuerzo de la orquesta y, sobre todo, el del maestro.

Otro punto fuerte de esta "Valquiria" está en el reparto, muy equilibrado y del que se pueden hacer notar múltiples aciertos. Muy relevante fue el Siegmund de Stuart Skelton. El tenor logró revalidar su triunfo años atrás en "Peter Grimes" y hacer olvidar el "drama" del "Sansón", que cerró la pasada temporada, debido a problemas de salud felizmente superados. Aquí demuestra que estamos ante un muy importante tenor, ante una voz de entidad y relieve que brilla especialmente en un volumen amplio, expansivo y que exhibe un timbre luminoso, envolvente. Eso sí, se echa de menos un poco más de refinamiento, de cuidado estilístico que no siempre va por el cauce adecuado. En este sentido, lecciones sobradas dio Tómas Tómasson como Wotan. Realizó una exhibición de canto medido, muy en estilo, sobrio y depurado. Retomó el rol con eficacia y criterio vocal ofreciendo una muy buena prestación. Al mismo nivel rindió la Fricka de Michelle Breedt: la mezzosoprano domina muy bien el papel, le presta carácter y empuje, lo hace brillar en primer plano. La Siegliende de Nicola Beller Carbone fue ganando según avanzó la representación, tras un primer acto contenido. Beller Carbone es una sensacional artista y añade siempre un plus a sus actuaciones, con un trabajo dramático impecable. Aún debe asentar el personaje y sacarle mayor partido, delinearlo mejor vocalmente, reforzar el registro grave que, a veces, se desdibuja. Contundente el Hunding de Liang Li y gran triunfadora, de nuevo, Elisabete Matos esta vez como Brünnhilde. A veces su registro agudo, un tanto acerado y metálico, se muestra demasiado abierto pero lo suple con enorme potencia vocal y ferviente garra dramática. Matos avasalla en sus formas aguerridas, imperiosas. Es un torbellino escénico y vocal. Solventes y muy bien en conjunto las valquirias, casi todas cantantes españolas que están realizando buenas carreras y que han supuesto un plus de calidad para la producción en su conjunto.

Desde mi punto de vista, lo más endeble de la velada fue la nueva producción escénica firmada por Michal Znaniecki. En "El Oro del Rin" la técnica del "video mapping" fue el punto de partida para esta tetralogía. Grandes imágenes, con proyecciones en tres dimensiones, sirvieron para dar el marco escénico adecuado. Las posibilidades aquí, estéticamente hablando, son infinitas y se vuelven a conseguir efectos de gran belleza en algunas escenas -aunque esta vez unas cintas de luz en los bordes del escenario nos acerquen demasiado a un cabaret de saldo-. Los efectos funcionan muy bien en las proyecciones y evitan el daño colateral del "efecto mareo" y cierta monotonía que a veces se produce con el uso y abuso de esta técnica. Pero la tetralogía wagneriana es algo más. Quedarse en lo epidérmico no tiene sentido. Vacía el corpus creativo de Wagner, los sustratos dramáticos que hacen del ciclo una obra de arte universal constantemente revisitada, inagotable de sugerencias y de inspiración para los grandes artistas. Si aquí repasamos el discurso dramático, unas grandes fichas de dominó polivalentes y el recurso del desdoblamiento de los personajes de los niños son las únicas aportaciones -y bien menores- que se perciben. El dominó, las fichas, como alegoría del azar del juego, del manejo de los seres -también de su rebeldía, a veces se mueven solas- no se puede decir que sea una idea muy original o creativa. Funciona siempre en un plano menor. Se debe trabajar más el aspecto interpretativo de cara al resto del ciclo. Skelton demostró en "Peter Grimes" que bien dirigido es un estupendo intérprete. Aquí se apreció una falta de cuidado en este ámbito que llevó a rozar el ridículo en el segundo acto.

"La Valquiria" exige profundidad dramatúrgica, criterio, asumir riesgos, aún a costa de equivocarse. No se puede pasar por esta obra de puntillas, fiándolo todo al impacto de unas imágenes casi en exclusiva. Si esta es la línea que nos espera en las dos jornadas que quedan del ciclo, se sorteará este con buena voluntad, no hay duda, pero también con el peligro de caer en la irrelevancia o en la frivolidad. Ambos aspectos son malos compañeros de viaje cuando de Wagner hablamos.

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