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La crisis está servida

El desquiciado proceso electoral catalán y la falta de criterios para poder interpretar los resultados tras el día 27

El desconcierto hacia el que ha derivado la cuestión catalana está cerca de alcanzar el punto álgido a donde quisieron llevarlo los dirigentes nacionalistas. El hecho de que se aproxime el momento del desenlace y los partidos sigan cerrados al diálogo acrecienta la preocupación. La finalidad de las elecciones del día 27 es motivo de discusión y la campaña electoral ha comenzado sin que exista un mínimo acuerdo sobre el criterio con el que interpretar el resultado. La mitad de los catalanes, los partidarios de la independencia, le concede a la convocatoria el carácter plebiscitario que le asigna el Gobierno autonómico y rechaza el Gobierno español, pero formulada la pregunta de otra manera, una amplia mayoría considera que las elecciones deberían servir ante todo para la formación de un Gobierno estable que se ocupara de resolver los problemas cotidianos. Por otro lado, la contundencia de los independentistas a la hora de fijar su objetivo no ha conseguido evitar las especulaciones sobre su verdadera intención. Sólo una quinta parte cree que las elecciones conducirán a los catalanes a la independencia. Una mayoría opina que todo acabará en un acuerdo de ampliación del autogobierno de Cataluña. Incluso los votantes nacionalistas están divididos al respecto.

No hace falta insistir. Las elecciones no serán transparentes ni previsibles en sus consecuencias en la medida que cabe exigir a una decisión tan grave como la que se pretende que adopten los catalanes con su voto. Si Cataluña, de acuerdo con una opinión bastante extendida, ha sido ejemplo de democracia para el resto de España, con la actuación de sus actuales líderes nacionalistas en este proceso secesionista vuelve a dar una mala lección, como ya hizo con similares proclamaciones soberanistas durante la II República.

El caso es que la lista formada por Convergencia, Esquerra Republicana y diversas entidades independentistas es clara favorita en todos los pronósticos. Las encuestas publicadas esta semana coinciden en su victoria, aunque con un apoyo inferior al obtenido en las anteriores elecciones autonómicas, y en que sus escaños, sumados a los que obtenga CUP, constituirán una mayoría absoluta en el Parlamento, condición puesta de manera interesada por sus candidatos para aprobar una declaración de independencia. Sólo uno de los sondeos, publicado en un diario en catalán, prevé una mayoría absoluta tanto en votos como en escaños. Éste fue el principal reproche que le hizo la prensa extranjera a Artur Mas en una conferencia de prensa celebrada sin preguntas de los periodistas españoles. Incluso los votantes de las listas que promueven un Estado catalán reclaman una mayoría también de votos para hacer la proclamación de forma unilateral. Y sólo ellos confían en que se cumplan los pronósticos.

La situación resultante de este desquiciado proceso electoral puede ser un verdadero embrollo. Hay dos posibilidades. Si los partidarios de la independencia se sienten autorizados por los votantes para seguir adelante con su plan secesionista, el enfrentamiento con el Gobierno de España será inevitable. Si consiguen la mayoría que buscaban, pero no cumplen con su promesa de declarar la independencia, la crisis se producirá en el seno de las fuerzas soberanistas, entre Esquerra, más decididamente independentista, y Convergencia, que agrupa un sector amplio de nacionalistas poco proclives a la separación definitiva de Cataluña.

Y hay una tercera posibilidad, que los catalanes que se oponen a la independencia se movilicen en igual medida que los partidarios y consigan imponerse en las urnas. Este resultado tendría un efecto doble. Primero, detendría el impulso soberanista y el objetivo de la independencia quedaría desactivado durante un tiempo. Pero, además, provocaría la dimisión de Mas y el relevo en la dirección de Convergencia, que podría retornar a posiciones más moderadas. Algunos datos de la realidad catalana no aparecerán en el recuento de los votos, pero pueden verse en las encuestas. El 58% de los catalanes opina que Mas debería abandonar si no consigue la mayoría absoluta. Aunque la votación del 27 no es, en ningún caso, un referéndum, la única manera de evitar una crisis política de consecuencias imprevisibles, o al menos de posponerla sine die, es con una victoria de los partidos favorables a la continuidad de Cataluña en España. La mayoría de los catalanes se confiesa contraria a la independencia, pero un porcentaje absolutamente decisivo de esa mayoría, por el momento, declara que no piensa ir a votar. Falta comprobar si será capaz de mantenerse al margen de la campaña y del interés creciente que las elecciones están despertando en todo el mundo, y aislarse el día de las votaciones de la afluencia masiva a las urnas. Su participación y la derrota de los promotores de la independencia de Cataluña darían así un tiempo al PP para corregir sus errores estratégicos en estos años, el PSOE podría superar su estado de confusión, y ambos tendrían la oportunidad de sentarse a hablar de la cuestión en serio, algo que resulta inverosímil que no hayan hecho todavía. Y es que aún estamos muy lejos de la gran política.

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