Al tiempo que un millón de catalanes clamaba por el derecho a abandonar el barco de España, otro catalán, sobre una cancha de baloncesto, con muescas por todo el cuerpo tras el asedio de la caballería polaca, ofrecía a una España en cuarentena el derecho a soñar. Pau Gasol, el estandarte con Nadal de la hornada más gloriosa del deporte patrio de la última década, visiblemente lesionado, pone en riesgo su carrera para conducir a España a la lucha por las medallas más caras de los últimos años. "Voy a jugar contra Grecia, yo no me bajo del barco", arengó un Gasol maltrecho pero glorioso a su ejército de grandullones. Y el mensaje parecía tener doble lectura: deportiva y política. Que el líder espiritual de la España emergente sea un nativo de Cataluña, un deportista universal, nos hace a algunos no perder la esperanza en frenar el destrozo innumerable de la ruptura territorial.