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Productor musical

El lado oscuro de Raphael

Una reflexión sobre la personalidad del cantante y los rumores que trataron de empañar su carrera

Qué sabe nadie?" es una de esas no sé cuántas canciones clásicas del seguramente mejor "crooner"clásico de habla hispana de todos los tiempos. Con ella terminó hace unos dias su fantástico concierto sinfónico en el Real. Y le sirve el texto para acabar por todo lo alto un concierto o para hacer una de sus imitadas salidas que, llevadas por él con ese derroche de dramatismo y gestualidad, es realmente inimitable. Nada de mutis por el foro, como reza el tópico. Al contrario: glorioso mutis. Imposible ser mas teatral. Dificil de superar, salvo por el mismo Raphael cuando tiene una noche gloriosa.

El propio cantante, al final de ese concierto en Madrid, añadía así entre paño y bola -término del argot teatral- un casi inaudible "quién sabe nada". Unos días después, tras media hora de conversación con él en el programa de radio cultural que hago yo los jueves en Onda Peñes de Luanco, cantamos a dúo ese famoso final. Y sin tenerlo preparado acabamos diciendo un pelín cabreados? ¿y a quién le importa? Pues eso.

Ahora que Raphael llega a Oviedo también en plan sinfónico, me gustaría indagar, aunque sea faltar a la lealtad de un gran amigo, en ese famoso lado oscuro, tan perseguido por periodistas, lenguas de vecindonas, "paparazzis" y demás especies del cotilleo nacional. La canción es como un guante hecho a medida con primor por el mejor Manuel Alejandro, su compositor de cámara y el más prolífico, al menos, y de los mejores poetas de todos los "lyrics" hispanos.

Curiosamente, Raphael es, creo que sin duda, el único viejo, aunque no sea rockero, que ni muere ni se le espera. Pero también curiosamente es el único de esos "survivers" que no compuso sus canciones. Por eso son tan personales. Manolo Alejandro conocía desde fuera mejor a Raphael que él a sí mismo desde dentro. Y le hizo cantar casi siempre al límite cosas muy bellas que encendían a sus millones de fans de medio mundo. Y aunque fueran tan personales, no dejaban de ser universales. O precisamente por eso.

Esta reflexión me sirve de muleta para explicar un poco el proceso de nuestra larga amistad, que comenzó precisamente en Gijón en el verano del 58. Ya han pasado cosas desde entonces. Raphael era un recién llegado a la canción y sólo tenía algunas cosas a su favor: una prodigiosa voz con sólo 17 años, la victoria en el Festival de Benidorm, una personalidad chocante y singular y muchas ganas de comerse el mundo.

Vino contratado una semana a Gijón en aquel 1958, al legendario y añorado viejo Naútico, que era una referencia para todo el veraneo del Norte. Por él pasaban los grandes de la época. La desaparición del local fue uno de esos crímenes estéticos urbanos que no se paga con la vida.

Y aquel niño, que aún parecía más guaje, se quedó un mes. Haces unos días recordaba el propio Raphael que en estas mismas páginas de LA NUEVA ESPAÑA le habian hecho su primera entrevista en un diario importante. Pasaron casi 60 años y no lo había olvidado. No lo digo porque hubiese sido yo, un incipiente alevín de periodista, el que le hizo una crónica-entrevista a la busca de mi vocación, sino porque vi en aquel niño algo especial que yo intuí. Ya aseguraba en aquella primera crónica, con mi falta de criterio de aquella juventud tan atrevida, que había nacido una estrella. Lo que jamás sospeché es que fuera una estrella de estas dimensiones.

Pero yo había retomado esta crónica, aplazada tantos años, para hablar de su codiciado lado oscuro. Por su forma de ser, por sus gestos y poses -cómo olvidar su famoso brazo "apagando la bombilla"- por el manejo de su voz desde el sonido "arena" hasta el poderío dramático de la no menos famosa balada de la trompeta?. todo tenía ese punto al borde del acantilado.

Fue el primero en todo. Un rompedor. Un supercrack. Aún lo es. Por lo tanto, fue pasto favorito de este país de porteras teñidas de envidia. Y el pobre niño no podía ser mas ingenuo ni angelical. Yo creo que aunque yo mismo quisiera indagar en esa posible oscuridad -tan común, por otra parte, a la condición humana- su propia vida se lo impedía. Siempre observado, siempre escrutado y exigido por sus fans que se sentaban frente a su puerta a esperar a que saliera, siempre arropado por su familia. Y tan popular era ya en aquellos tiempos, que era imposible el menor movimiento sin que hubiera un foco. Era una premonición de lo que es hoy esta insoportable red social.

Como no podía nadie decir nada, este país del que cualquiera de las dos mitades te helará el corazón, tiene un recurso rastrero y vil. Te calumniará sin piedad. Qué sabrá nadie quién inventó aquella patraña de que se había casado con un conde ruso, cuando Raphael era -aun lo es- tan popular en Rusia. Recuerdo un comentado artículo de Natalia Figueroa en ABC con un sugestivo título: "Calumnia que algo queda".

Fue una calumnia y un bulo muy similar a los supuestos idilios de Paloma San Basilio con el Rey don Juan Carlos, de Cayetana Guillén Cuervo con Zapatero, o el de Isabel Presley con Valdano. Vaya si queda: ha pasado casi un siglo y a mí me siguen preguntando lo de Paloma y el entonces Rey. A este país no lo cambia ni la madre que lo parió, con perdón.

Ese bulo del conde ruso no fue la causa de que Raphael y Natalia decidieran por fin casarse. Fue una inolvidable boda en Venecia: no había nada que tapar, nada que justificar, nada que callar del qué dirán. Digan lo que digan los demás, el tiempo demostró que la de ambos es una entrañable y dificil de imitar historia de amor, intachable desde el primer día, con una afinidad y ternura envidiables.

Y otro detalle para mí muy importante: cómo educaron a sus tres hijos, que son ejemplo para hijos de otros famosos. Ha sido la prueba de que había amor y respeto. La aristócrata y el plebeyo no pudieron hacer mejores migas. Sé y me consta que Raphael -como todos los casos similares- lamenta no haber tenido más tiempo para la familia. Pero estaba Natalia al quite para hacer a la perfección los dos papeles. Y se les ve ya con siete nietos tan felices como aquel día en Venecia tan criticado por la envidia celtibérica al creer que tapaban apariencias.

Lamento para esa mitad de la España que sea, que no pueda contar nada de ese pretendido lado oscuro. Sencillamente porque no lo hay. Ni lo hubo. Ni lo habrá. No habrá Jekyll y Hyde. Hay todo un ejemplo de cómo un niño de 17 años se quería comer el mundo, llegar al top y no sólo no morir en el intento, sino en ser el más grande entre los más grandes. Seguro que dejando en ese espinoso camino muchas soledades y amarguras.

Pero así sigue, envidiable y siempre a su manera, Y siempre con la mano amiga de su también insuperable compañera de toda la vida. Larga vida, compañero del alma.

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