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¿Cuándo se jodió Asturias?

El ejemplo productivo de Bra, la pequeña ciudad piamontesa cuna del "Slow Food"

Hace unos días mi amigo Pepe Martínez me recordaba la frase de Vargas Llosa de "Conversación en La Catedral" que utilizo para esta reflexión a la que me lleva contemplar cómo una pequeña ciudad del norte de Italia, Bra, del tamaño de Pola de Siero, con un paisaje y una naturaleza semejante a la de Asturias, ha pasado a ser una referencia internacional, sin intervención de ningún Gobierno, sino simplemente por la iniciativa de sus vecinos, con Carlo, Carli en piamontés, Petrini a la cabeza inventándose algo tan intangible, pero a la vez tan real y tan pegado al territorio, como es "Slow Food". Este movimiento ha devenido en una organización tan poderosa como para que todo el arco parlamentario italiano pensase en Petrini, comunista confeso, admirador de Asturias y de su vena revolucionaria, como sustituto de Napolitano en la presidencia de la República de Italia. Un ofrecimiento que él rechazo con el argumento que tenía que estar con los pequeños productores de alimentos de Italia, para sacar el país adelante. Y eso lo decía, al mismo tiempo que tomaba café con el patriarca, recientemente fallecido, de la primera multinacional alimentaria europea, la empresa Ferrero, famosa por sus marcas Kinder, Nutella, Ferrero Rocher, etcétera. Hace dos años, en Cheese 2013, acudimos a la más grande feria de quesos artesanos del mundo, organizada por "Slow Food", un pequeño grupo de queseros asturianos y llevamos con nosotros unas avellanas de Cangas de Onís. Cuando Carlo Petrini acudió a nuestro stand de quesos del Camino de Santiago a saludarnos, le acompañaba un señor muy mayor, que enseguida se sentó, cogió una avellana y la cascó, y después otra y otra, mientras nosotros nos hacíamos fotos con Petrini. Le pregunté si quería probar el queso del Teyedu o una sidra brut de Emilio Martínez, y muy amablemente me contestó que no, que estaba disfrutando de unas maravillosas avellanas. Me preguntó de dónde eran, y yo, orgulloso, contesté que de Asturias, en el norte de España, ente Galicia y el País Vasco. Sin mediar más comentarios, me dijo si podría hablar con el productor de esas avellanas que se las compraba todas y al precio que fuese, ésas y las de otras de semejante calibre y calidad de otros productores, al precio que pusiesen. Al cabo de un rato, Petrini me presentó a ese señor que admiraba tanto aquellas avellanas de Cangas de Onís. Su nombre, Michelle Ferrero, no me dijo nada, pero Petrini, entre bromas, me puntualizó: "Ojo, que este hombre es un gran empresario de la alimentación". Estaba nada más ni menos que sentado compartiendo avellanas, sidra y queso, todo de Asturias, con el líder de la mayor multinacional alimentaria de Europa. No le pude decir a quién se tenía que dirigir en Asturias para hablar con los productores de avellanas (ignoro si existen productores, aunque avellanos haberlos haylos) y comprarles la cosecha.

Dos años después, vuelvo a estar en Bra, donde ayer se abrió la mayor feria de quesos artesanos del mundo: un total de 3.678 pequeñas y microqueserías registradas y más de 8.100 variedades distintas de quesos, el 80 por ciento de leche cruda.

En Bra no existe el paro, la única Universidad es privada, de "Slow Food", la Universidad de las Ciencias Gastronómicas. No hay grandes empresas industriales de intensiva mano de obra y su PIB se compone principalmente de la agricultura (leche, carne, vino, maíz forrajero, huerta, mucha huerta bio,...), de una potente industria artesana agroalimentaria que transforma en productos de alto valor añadido las producciones primarias. Curiosamente no tienen una gran industria quesera aunque sí la mayor feria de quesos artesanos del mundo, ni siquiera una gran empresa como Central Lechera Asturiana, pero sí productos agroalimentarios que puedes adquirir en New York, San Francisco, Washington, París, Londres, Moscú, Tokio, Shanghai, etcétera, y un potente sector servicios.

Las casas de Bra están bien cuidadas, no hay urbanizaciones de adosados ni edificios de doce pisos. La villa mantiene su identidad, es cómoda, sin grandes pretensiones, ni grandes centros culturales. No se abusa de la peatonalización, ni del carril bici, ni la Administración es omnipresente y omnipotente, la gente camina sin prisa, sin estrés, los coches circunvalan el casco urbano, no hay grandes montañas, ni una costa llena de acantilados impresionantes y playas de belleza. Está muy cerca de Turín y Milán. Sus gentes viven bien, no hay crisis, y casi nadie está en paro, ni en riesgo de exclusión social.

¿Es el paraíso? Pues no. En invierno hace mucho frío, nieva tres o cuatro meses al año, la luz es gris y triste, casi no hay nada para divertirse, salvo trabajar. Estudiar algo distinto a ciencias gastronómicas significa emigrar a Turín, Milán, Bolonia ... Si no hincan los codos, los jóvenes sólo pueden recoger avellanas, preparar la huerta para la primavera a fin de recolectar más adelante pimientos y tomates con los que surtir a la industria agroalimentaria del vecino, recoger las castañas con las que los franceses del Sur hacen el marrón glasé que venden a los parisinos, cuidar de los cerdos y las vacas "biancas" con las que hacer embutidos y salchichas (algunas se comen crudas), en definitiva trabajar en lo que la naturaleza les dio. Pienso que en la próxima reforma educativa nos saldría barato a los asturianos imponerles a nuestros escolares y bachilleres el pasarse al menos un par de cursos aprendiendo cómo se ganan la vida en esta región del Piamonte italiano, tan parecida a Asturias, y sin embargo, tan distinta.

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