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los grandes clásicos

François Rabelais: tiempo nuevo y tiempo viejo

El mundo que describe es medieval, pero su espíritu es renacentista; vivió ambas esferas como monje y médico

Hubo época en que se consideraba que escritores inmensos caracterizaban a sus literaturas respectivamente: Homero a la griega, Virgilio a la latina, Dante a la italiana, Cervantes a la española, Shakespeare a la inglesa, Goethe a la alemana. ¿Y la francesa, siendo Francia nación tan literaria? Pero en Francia no hay una figura que se pueda destacar con seguridad como se destacan Cervantes o Shakespeare. Hubo cumbres muy altas, por lo que no se señala un nombre, sino que se barajan varios: Rabelais, Montaigne, Racine, Molière, Balzac, Víctor Hugo, que abarcan todos los géneros: el poema, el ensayo, la comedia, la tragedia, la novela, la sátira. Ninguno como Rabelais representa en su tiempo el paso, siempre problemático, de una era a otra. En la actualidad se habla mucho de "cambio de era" porque se puede llevar el teléfono en el bolsillo, pero el cambio del que fue testigo Rabelais y del que es testimonio su obra, fue mucho más complejo, profundo y formidable. Asistió al final de la Edad Media y a la consolidación de la Edad Moderna, contemporáneo, de la invención de la imprenta, del descubrimiento de América, del nacimiento de las nacionalidades, del esplendor del Renacimiento y de la ruptura de la unidad religiosa medieval. Aquella época rebosaba de creatividad, de decisión, de voluntad y de optimismo: todo lo contrario que ésta en la que la creatividad se reduce a la tecnología y el optimismo no asoma por ninguna parte; ¡menudo cambio de era el que nos aguarda, con la gente solo pensando en la jubilación!

Rabelais refleja un ambiente pleno de colorido medieval y de vitalidad renacentista en la jocosa e irrespetuosa épica de "Gargantúa" y "Pantagruel", que es como deben leerse esas obras, aunque "Pantagruel" fue publicada primero (1532) y las hazañas de "Gargantúa", su padre, unos años más tarde, en 1534-1535. Son enormes relatos en prosa, por lo que pueden considerarse como novelas, pero también épica burlesca, sátiras, enciclopedias del saber de la época, descripciones de mundos disparatados desde la perspectiva de unos gigantes (como haría Swift dos siglos más tarde, en el segundo naufragio de Gulliver), viajes fantásticos a islas inexistentes, burlas de teólogos, clasificaciones exhaustivas, comilonas fastuosas y libaciones sin término, etcétera. Como es natural, en estos libros predomina la risa: "Rabelais es el heredero de la risa popular milenaria y el que la lleva a su culminación. Su creación es la clave imprescindible de toda la cultura cómica europea en sus manifestaciones más vigorosas, profundas y originales", escribe Bajtin. El mundo que describe es medieval pero el espíritu del autor es renacentista: él mismo vivió ambos mundos, como monje benedictino (el pasado) y médico (el futuro). Fue un espíritu inquieto e independiente. Nacido en 1483 y muerto en 1543., tuvo problemas con la Sorbona a causa de sus libros, abandonó el convento, le persiguieron por sus opiniones, acompañó a ilustres personajes eclesiástico a Roma en misiones diplomáticas y acabó sus días como "el alegre cura del Meudon". Ofendía tanto a católicos como a protestantes; su risa escatológica era el colmo del mal gusto en el siglo de Francisco I y Ronsard. Nadie hasta Sade se permitiría sus libertades fisiológicas y excrementicias. Su desmesura anuncia a Sterne y a Swift. Según Chateaubriand, "Homero fecundó la antigüedad, Dante la Edad Media, Rabelais creó las letras francesas". Como escribe Butor: "Fue consciente de que las dimensiones del mundo estaban cambiando y éste es el motivo por el que el tema del gigante tenga para él tanta importancia". Venía de un mundo limitado a Europa; de pronto ese mundo se volvió variado y gigantesco, y esto Rabelais lo certifica con la natural alegría.

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