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Cronista oficial de Oviedo

Retales de papel

Sobre la evolución de las fiestas mateínas a lo largo de los tiempos

Hay muchas formas de distribuir el año, distintas de la convencional de estrenarlo cada 1 de enero. Los que nos dedicamos toda la vida al mundo de la enseñanza medimos los años por cursos y cada septiembre hacemos borrón y cuenta nueva, siempre con el afán de mejorar lo anterior, y ahí estamos.

En Oviedo, y en toda Asturias, el verano suele durar hasta Covadonga, y a partir de esa fecha ya las calles se llenan de niños y de autobuses, como si hubiera urgencia para que los niños obtengan un título que les pueda convertir en parados ilustrados. En Oviedo, realmente, el curso, es decir, el año académico, empieza con las fiestas de San Mateo que quieren hacer temprana interferencia a lo escolar.

Aquí somos tan originales que tenemos dos patronos de la ciudad, uno de verdad, san Salvador, el 6 de agosto, y otro postizo, el 21 de septiembre, san Mateo, que todo el mundo sabe que era recaudador de contribuciones para los romanos. San Salvador, con extraordinaria imagen mantenida milagrosamente de la primitiva catedral románica, perdió ya a lo largo del siglo XIX sus fiestas de las que solo queda la misa, solemne y recoleta a un tiempo.

La justificación del asalto al poder eclesiástico de san Mateo viene marcado por la coincidencia entre su fecha con el final del jubileo de la Santa Cruz, que también coincide con la llegada del otoño, que en tiempos prolongados suponía el comienzo de un invierno infinito de negritud y lluvia. Por todo ello, San Mateo fue creciendo en edad y sabiduría, y la ciudad puso siempre su ilusión individual y colectiva en estas fiestas en las que poco nuevo cabe esperar y lo mejor está en la alegría de la gente y en las reuniones de calle.

Habrá más de lo mismo. Vino viejo con odres nuevos y algunas ausencias que se van haciendo endémicas, como las barracas, unidas en el recuerdo a muchas generaciones ovetenses entre los que me cuento. Lo que falta aquí desde siempre, para las barracas y para muchas otras cosas a lo largo de todo el año, es un recinto ferial, y ocasiones hubo, al menos desde el Plan Gamazo.

Después de la guerra, la ciudad se apresuró a crecer y multiplicarse y ningún espacio parecía adecuado para un recinto ferial, todos buenos para edificios y más edificios, y así hasta ahora, cuando hay zonas de la ciudad que se quedaron yermas de un día para otro.

Curiosidades de papel. Repaso al viejo San Mateo

En líneas generales, se aprecia, en los primeros años, el gusto por lo exótico y sensacional, con reclamos de gusto oriental y adjetivación pomposa de las cosas, y la presentación de "números fuertes" desde lo publicitario, con puntas y ribetes de ingenuidad, como el famoso "Troglodita insaciable" de las fiestas de 1883.

El Campo, chica para todo en lo festivo, incluso sirvió para organizar en el Lago, laguna que estaba en lo que ahora es el estanque de los patos y cisnes, unas regatas de "Esfiques" y "Perisoires" y también sirvió para exponer cuadros de periscopio y cine al aire libre.

En 1897 se compran en París 4.000 linternas y 5.000 vasos de color y una portada para colocar en el Campo, iluminada con gas. Ese mismo año se lanza al aire un globo de 20 metros de altura y actúa el circo Legasca, anunciado como chino-americano. El Ayuntamiento autoriza la instalación en el Campo de pabellones y puestos "que no desdigan con las buenas condiciones de ornato y se sujeten a los emplazamientos que previamente se designen".

En 1889, excepcionalmente, se hace en el almacén municipal de la Calle Quintana el reparto de 1.000 bonos de la tienda-asilo. Ese mismo año actúa el aeronauta Orney, con espectaculares exhibiciones desde el Campo del Hospicio, en las que interviene el famoso aerostato "La Francia" de 26 metros de altura, con una circunferencia de 60 metros y capacidad de 2.000 metros cúbicos de gas. Hay poliorama y se lanzan globos fabricados por Alonso.

En 1900 se aprovecharon las fechas de San Mateo para inaugurar la nueva traída de aguas a la ciudad y el día 22 se colocó la primera piedra del nuevo depósito. Con ese motivo hubo juegos florales. Desde antiguo, las fechas de San Mateo, coincidentes con el jubileo de la Santa Cruz, se aprovechaban en Oviedo para inauguraciones, tal como ocurrió con la Universidad, inaugurada el 21 de septiembre de 1608.

La apertura de las fiestas de todos los ovetenses, las de septiembre, empezaron a abrirse en el plano de la ciudad en 1909, cuando las verbenas, en importante esfuerzo integrador, se extendieron por los barrios, que también tenían ya, en no pocos casos, sus propias celebraciones a lo largo del verano. Hubo cine en la calle, en Argüelles y Jovellanos, y un festival patriótico a beneficio de la guerra de Melilla, en el que intervino el "Batallón Infantil". Igualmente destacable ese año fue "La fiesta del árbol".

En 1912 se celebró "el día de la aviación" y en 1920 hubo Kermesse, palabra muy de moda entonces, para recaudar fondos para la lucha antituberculosa. La mención a las barracas aparece por primera vez en 1921. En 1924 se organiza un banquete para invitar a los alcaldes de la provincia, con fabada en el menú, y en 1930 aparece la Sociedad San Mateo en la organización de las fiestas, que había sido municipal, en casos con la colaboración desde la convocatoria de los comerciantes y alguna vez, como ocurrió en 1906, con la colaboración explícita de otras sociedades de festejos, como Los Remedios, Santa Susana, San Lázaro o San Juan Nepomuceno.

A lo largo del siglo XX, las fiestas de Oviedo, y no sólo las mayores, viven sus mejores tiempos, tal como se refleja no sólo en los contenidos de los festejos sino también en la calidad, a veces muy grande, de los programas. Quizá la década de los "felices" años veinte sea la mejor. En general, desde 1934, en el tiempo que coinciden con la revolución y la guerra, las fiestas decaen o desaparecen y las que luego renacen lo hacen con un tinte nuevo, con aparición de lo político y refuerzo de lo religioso. A lo largo de los años de república hubo fiestas y boletines y el cambio de talante es variable, y a veces ingenuo, como el hecho de cambiar en los fuegos artificiales el nombre de "bombas reales" por el de "bombas republicanas".

Las fiestas que salen de la guerra, en lo que a San Mateo se refiere, se refuerzan desde el momento, en 1947, en el que surge la Sociedad Ovetense de Festejos, la SOF, encargada desde entonces de la organización de esas fiestas y de otras de ámbito local. Incluso antes de esa sociedad, las fiestas seguían, renacidas de sus cenizas, y así en 1946 se celebró una verbena "de la prensa" en el espacio en el que había estado el Mercado del Progreso, en tiempos en los que la prensa de Oviedo hizo campaña para la vigorización de las fiestas de la ciudad.

En 1950 arde la hoguera de San Mateo y el día 23, su fecha durante años, sale la cabalgata de "América en Asturias" con batalla de flores. En 1954 hay certamen de fotografía, organizado por Ágora Foto Cine Club, pionero en la ciudad en tiempos de incorporación a las nuevas tecnologías de la imagen y se celebra exposición en el palacio de Quirós, al tiempo que hay un partido de fútbol entre excombatientes de Oviedo y de Santander. En 1961, cuando ya el mercado de El Progreso, edificado en parte de lo que había sido huerta de Santa Clara, se había convertido en La Jirafa, se abre allí una exposición internacional de carteles, con un día especialmente dedicado a cada uno de los países que intervienen. Renacen los gigantes y cabezudos y se abre algo que se hará muy popular en la ciudad, la tómbola de Cáritas.

Han pasado muchos años de todo esto y mucho de ello sigue vigente en este tiempo nuevo, como se puede comprobar en el programa de este año. Cuando las cosas funcionan no es fácil innovar y a veces es incluso peligroso. Dentro de nada llegará el otoño con su verdadero ropaje y ya el Campo viste el maravilloso colorido que le es propio en estas fechas, antecedente de la desnudez del invierno. Acérquense al Campo, levanten la vista y verán belleza.

Cosinas de la vida cotidiana

Hay cosas que se van haciendo crónicas y eso no es bueno. Van un par:

1. Hay muchos que vamos andando, muchos niños y muchos abuelos. Los semáforos, especialmente algunos en zonas escolares, duran poquísimo para los peatones y mucho para los coches, que pueden hacerse a la idea de que la ciudad es de ellos.

2. La otra cosa alude a las farolas, impropias por su porte en muchas calles, pero ese es otro problema. A lo que nos referimos es que necesitan una manina de pintura, por mantenimiento.

De exposiciones

Oviedo fue siempre ciudad de exposiciones, y en ello sigue, a pesar de las muchas salas ausentes. Sorprende y da que pensar las que estos días se ofrece en la planta baja del Auditorio, que se anuncia eficazmente con un Rolls en la calle que promete más de los que luego da. Una vez dentro, el guardarropa de la Guardia Real, deslucido y falto de empaque, como salido del arcón de una compañía de teatro de poco pelo, que no es eso.

Entre la mucha gente que nos falta en este tiempo que es rayo que no cesa, quiero recordar a Alberto Schommer, fotógrafo mayor de un siglo XX en el que la fotografía se hizo arte por excelencia. En su dilatada vida tuvo tiempo y arte para Oviedo y recuerdo ahora una serie de fotografías que hizo en El Fontán, cuando El Fontán existía, que son ahora arqueología de un tiempo ido para no volver. Se metía en un furgoneta para no ser visto y desde allí retrataba la vida, Y luego, en 1996, vino El Encuentro, un Oviedo que se nos escapa entre los dedos.

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