Alberto Lora, lateral diestro del Sporting, el Dustin Hoffman de la plantilla rojiblanca por su versatilidad y por su estatura dramática en un ecosistema de delanteros-tanque y extremos huidos del baloncesto, colgó dos balones desde su banda sobre el cielo de Riazor que el aeroplano Sanabria echó a la red en posición de vuelo rasante. Pequeño gran hombre saltó al césped ataviado con pinturas de guerra y provocó un cataclismo por el flanco deportivista, previamente despejado de enemigos a base de fintas y amagos por el talentoso "Guajilovic", un Edison imberbe al que hasta en la cueva más oscura se le acaba encendiendo la bombilla. El Sporting se vino de Coruña con más ganancia que una victoria: cosechó nueve puntos (tres para la contabilidad de la tabla clasificatoria y seis de un tirón en la cabeza de Lora) y la evidencia de que la carga de la caballería ligera va a regresar a Gijón de sus escaramuzas foráneas con cuantiosas cabelleras.
