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No sabemos ni quiénes somos

El debate sobre la futura nacionalidad de los actuales vecinos de Cataluña

Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos?", se preguntaba filosóficamente el grupo "Siniestro Total" en una canción que alcanzó el éxito hace un par de décadas. Aquel debate sobre el lugar del hombre en las galaxias se reabre ahora a la más doméstica escala de España, donde se discute acaloradamente qué cosa pueda ser un español o un catalán y adónde iremos a parar todos tras las elecciones autonómicas del próximo domingo. Este ha sido siempre un país muy existencialista.

La discusión viene de lejos. Ya a finales del XIX, la Generación del 98 se pasó un montón de años debatiendo a propósito del "ser" de España y sus esencias, como si este país estuviese poblado por gentes perplejas que al levantarse cada mañana se preguntan quiénes son y adónde van.

A pesar del gran número y calidad de los intelectuales que participaron en él, ninguna conclusión salió de ese atormentado debate. El resultado es que a día de hoy seguimos sin saber qué rayos pueda ser un español e incluso si España existe.

Los guiris que nos visitan cada año por millones lo tienen más claro. Reconocen de inmediato a un español en cuanto huelen a tortilla de patata, escuchan hablar a grandes voces y/o ven a alguien manejando con destreza la bandeja de las copas. Si además calza una camiseta del Barça o del Madrid, la identificación ya no ofrece dudas.

Para los forasteros ha de resultar una excentricidad esa costumbre tan española de preguntarse en qué consiste, precisamente, ser español. A lo sumo, lo confundirán con un italiano; pero pronto saldrán de su error si oyen a alguno de ellos emplear la expresión "Estado español" para referirse a su país. Pocos germanos nombran al suyo "Estado alemán" en lugar de Alemania; pero tampoco vamos a entrar en esas otras cuestiones de lingüística existencial aún vigentes por aquí.

Inevitablemente, la discusión sobre el ser o no ser español, tan hamletiana, acabó por trascender el debate intelectual para convertirse en tema de alcance político.

Ocurrió ya en 1876, cuando los diputados del Congreso introdujeron ese severo asunto en el debate sobre la Constitución aprobada en tal año. Al llegar al artículo en el que debían definir el concepto de "español" se atascaron, como era previsible; y decidieron entonces consultar al líder de la mayoría parlamentaria, Cánovas del Castillo.

El prócer, que al parecer tenía un mal día, despachó su irritación con la siguiente y ya famosa frase: "¡Pongan ustedes que español es el que no puede ser otra cosa!". En realidad, Cánovas le estaba tomando prestada la idea al mismísimo Quevedo, que en una poco conocida rima escribió, siglos antes: "Harto de ser español desde el día en que nací, quisiera ser otra cosa por remudar de país".

Más o menos, es ese trasfondo quevedesco y por tanto españolísimo el que subyace en el debate sobre la futura nacionalidad de los actuales vecinos de Cataluña. En la duda de si serán españoles, catalanes o hispano-catalanes, hasta el propio presidente Rajoy se ha hecho un lío que todo un pelotón de juristas trata de desentrañar sin especial éxito por el momento.

De ahí que los residentes en esta parte de la Península sigamos sin saber aún quiénes somos ni adónde vamos a estas alturas. Lo de este país es para hacérselo mirar en el diván. A ver si los de "Siniestro Total" lo aclaran.

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