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Cazadores sueltos

A tiros con un jabalí junto a la casa del pueblo

Ha tiempo los intrépidos cazadores de nuestras montañas se encaramaban en lo más alto siguiendo al jabalí de colmillos retorcidos y fuerza de un toro. Hoy los jabalíes deciden hacerse urbanícolas y habitar entre nosotros. Lo pinta de miedo el ingenioso Mortiner en su viñeta "La Mirada Zítrica", gota necesaria de humor o de reflexión que nos brinda LNE, donde en más de una ocasión incorpora al jabalí como un ciudadano más. ¿Y dónde van los cazadores? Pues donde van los jabalíes. Y no pasará mucho tiempo sin que por el pasillo de nuestras casas nos encontremos con una partida de caza y los perros acorralando a la fiera que se guareció debajo del fregadero.

El otro día, en mi casa del pueblo, un domingo de sol radiante, a eso de las diez de la mañana, con el primer bocado a una tostada y miel, comienzan a salir del camino unos gritos ensordecedores, algo así como ¡aiioooaiooooaaaa!, acompañados de varios ladridos que se me antojaron lastimeros. Pensé que alguien estaría en situación apurada y que sus perros solidarios aullaban también ladridos de auxilio. Salí al encuentro, y justo a la par de casa, ni 50 metros, me topo al Quinto de Infantería pertrechado con escopetones y uniformados con un chaleco color butano. Me hacen señas de que me largue, gritan que estoy cerca del jabalí. Salí de allí como alma que lleva el diablo, sabía a lo que me exponía. Una vez que el jabalí pasó a mejor vida, con plomo hasta en las orejas, me acerqué a los muchachos y les comenté amablemente que si no habría forma de que disparasen a esos animales fuera del perímetro por donde los ciudadanos de paz solemos transitar. Ya sabe, por lo de las balas perdidas, les dije. Y me respondió el más veterano, aún con la euforia de la muerte del animal centelleándole en los ojos, que ellos cumplían la ley. Que estaban a 200 metros del camino, de espaldas a las viviendas, o algo así, y que llevaban las armas sin munición. Ah, ya, o sea que el jabalí se murió de un infarto. Es más, me aseguró el cazador que si el jabalí está herido y se cuela en el jardín de su casa, tengo la obligación de entrar a matarlo. Eso dice la ley. ¿Eso? Sí. O sea, un suponer, le dije, que yo, que no salí de mi casa a buscar jabalíes para darles un tiro, que leía pacíficamente "La Divina Comedia", voy y me encuentro a la fiera malherida entre los geranios, muy cabreao el bicho, y le hago un ademán para que salga y él me da un ñasco en todo el muslo. Y luego, entra el cazador, porque puede entrar a rematar, y la lía a tiros, y, qué mala suerte uno de ellos lo recibe un servidor, y hala, echando leches para el hospital a ver si libro el pellejo del mordisco del animal que yo no herí o del tiro del cazador que cumplía la ley en lo de rematar al bicho que hirió él, pero me dio a mí. Eso sería un desafortunado accidente, concluyó. Con estas leyes un día vamos a tener un disgusto.

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