El victimismo es el clavo ardiendo al que se agarra Mas, que cada vez es menos. La historia, la pequeña historia de los seres menguados, le reserva seguramente un puesto al lado de los orates de todos los tiempos, pero él sólo tiene desde hace mucho como estrategia la huida hacia adelante.
Ahora Junts pel Sí se escuda en la imputación del presidente en funciones de Cataluña por parte de la Justicia para llamar a la desobediencia y seguir adelante con un circo al que le han crecido los enanos. Pero la ley y su aplicación deben cumplirse, aunque hacerlo signifique una botella de oxígeno para el líder de Convergència que busca la investidura y presiona a los independentistas de la CUP tras el veto anunciado. Para la variopinta plataforma que está detrás de él y ha concurrido a las elecciones perdiendo el plebiscito, las sentencias son una provocación del Estado español y, por ese motivo, deben desobedecerse.
No hay nada que hacer como es natural si la gente se sigue creyendo este tipo de patrañas con la misma fe que ha abrazado la curiosa reinvención histórica de Cataluña. La única solución es estarse quietos, no perder los nervios e impartir pedagogía. No hay duda de dónde está la provocación y los provocadores. Evidentemente no hay que caer en la primera ni seguirles el juego a los segundos. Mas es la impostura que va camino de encontrarse con la infamia.
Es un barbián, sí, pero un barbián patético que no ha dudado en llevar a su pueblo a la confrontación y, a la vez, a un callejón sin salida. Su objetivo es quedarse en el poder para impedir que se levanten las alfombras, pero en toda la planificación que ha llevado a cabo hasta llegar aquí han confluido el mesianismo y el redentorismo frente a una España que supuestamente restringe los derechos y libertades de Cataluña.
El domingo se encontró de bruces con otra realidad distinta pero ello no le impide bajarse de la burra. Estará haciendo el ridículo y daño hasta el final. En eso consiste su huida.
