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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Irrealismo mágico

Unas cuantas líneas de actuación que pueden ser eficaces para socializar la llingua

Una determinada mentalidad está estructurada por el irrealismo mágico: Obama va a acabar con las guerras y cerrar Guantánamo, Hollande va a frenar a Merkel y acabar con la "austeridad", Tsipras va a obligar a Alemania a hincar la rodilla? Los datos de la realidad, de lo que es posible o no, en nada afectan a las ilusiones de quienes están configurados por esa forma de ver el mundo y creen que solo su deseo o sus palabras van a transformar la realidad por arte de magia. Asimismo, olvidan pronto cada una de sus sucesivas decepciones y, desmemoriados, corren a proyectar su irrealismo mágico sobre una nueva coyuntura.

En LA NUEVA ESPAÑA del 25/09/15 Ramón d'Andrés ("La academia de la Llingua y el posibilismo") nos mostraba cómo se había comportado ese tipo de mentalidad durante los últimos tres lustros en torno al asturianu y cómo, en función del irrealismo mágico, del ensalmo jaculatorio de la "oficialidá", había ignorado tanto la realidad sociológica como la realidad política de Asturies para rechazar y denostar el único instrumento posible y existente para la defensa y tutela de los derechos lingüísticos de los asturianos y la socialización de su lengua, la Ley de Uso y Promoción de 1998. (Resulta curioso, sin embargo, advertir cómo, al mismo tiempo y décadas después, todos aquellos que habían vituperado la citada Ley -sindicatos, partidos de izquierda, movimientos sociales, Academia- bien la traen a cuento para defender los derechos de los enseñantes o de los alumnos, bien reclaman su ejecución en la enseñanza y en la Administración).

Lo que no relataba el académico y exresponsable de Política Llingüística del Principado era cómo, de acuerdo con el modo de comportarse este tipo de ideología, se había ido desplazando el irrealismo milagrero, a lo largo de estos quince años, de ilusión en ilusión: la llegada de Areces, el pacto con IU y, ahora otra vez, el pacto con los mismos y la presencia de un Consejero académico, don Genaro Alonso Megido. Nuevamente vuelve a esperarse algún tipo de milagro cuyo taumaturgo ha de ser el Consejero (eso sí, según él ha dicho, mediante la inservible y denostada Ley de Uso como todo asidero legal y funcional).

Aun suponiendo en don Genaro la mayor voluntad, lo que pueda hacer estará llendao por la realidad social de nuestra lengua, por la legislación y, especialmente, por la composición política de la representación democrática. ¿Mucho? ¿Poco? Si existe voluntad y es el realismo -lo realmente existente, lo realmente posible- lo que guía la política lingüística y no el irrealismo mágico, bastante.

El problema del asturianu no es de tipo legal, sino social. Frente a lo que ocurría hace treinta o cuarenta años, en la mayor parte del territorio el asturianu no es la lengua ambiental, es una lengua tan ajena como el inglés. Y es aún peor la situación entre los niños: la lengua materna es hoy la del parvulario, la de los juegos y la de la televisión, no la de casa.

Por eso quien esto firma, que es el "responsable", entre otras muchas cosas, de que exista el artículo cuarto del Estatuto y la Ley de Uso, se siente obligado a señalar una cuantas líneas de actuación que pueden ser eficaces para socializar el asturianu.

En primer lugar actuar en los niveles de preescolar y primaria, donde se produce hoy la mayor sangría de hablantes. Debe procederse mediante juegos, canciones, vídeos y persuasión. Y se avisa: van a encontrarse terribles resistencias.

En segundo lugar, y al margen de lo que se haga en la enseñanza en cumplimiento de la Ley, ha de acudirse a garantizar la presencia abundante de nuestra lengua, al menos, en los medios de comunicación que dependen de la Administración: televisión y radio. Pero no, como hasta ahora, en los espacios etnográficos o humorísticos, sino en los "normales" o "serios": lo que no sean informativos, magazines y deporte vale para poco, entre otras cosas, porque tiene la marca de lo "exótico", lo de fuera de la vida cotidiana y, por tanto, de lo que no es trasvasable a ella por parte del ciudadano.

La Academia, por cierto, debería colaborar en este esfuerzo normalizador o socializador con la revisión de algunas normas de su estándar y, especialmente, con la simplificación de su ortografía, particularmente en lo relativo a los apóstrofos, verdadera montaña insuperable para lectores comunes y pérdida de tiempo para escolares.

Que los políticos predicasen con el ejemplo, hablando, empezando por don Genaro, sería magnífico. Pero no solo en los actos "de montera" o diciendo dos palabras al inicio de sus discursos (otra forma de señalar la marginalidad de la lengua), sino en los debates o parlamentos diarios.

Aunque, acaso, esto de pedir a los políticos que se pretenden defensores de la lengua que la defiendan de la única forma posible, hablándola, sea pedir peras al olmo (que los latinos decían "hircos mulgere", vaya usted a saber por qué). Es más cómodo el irrealismo mágico, evidentemente: agitar la bandera de la oficialidad, reiterar la jaculatoria y esperar el santo advenimiento. Es lo que vienen haciendo hasta ahora.

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