A Mariano Rajoy le está cayendo desde hace tiempo como una losa lo que hace y deja de hacer. O lo que dice y deja de decir. Ha anunciado la convocatoria de las elecciones generales durante una entrevista y recibido críticas por el formato utilizado y también por la fecha. El formato, pienso yo, es lo de menos, el mundo hace tiempo que nos lo han dejado de contar utilizando el cauce adecuado para cada cosa. Mejor, por tanto, en una entrevista con la entrevistadora de confianza, que en Twitter. Hay algo más de solemnidad en ello. La fecha, desde luego, sí tiene coña. Para empezar, los españoles eligirán en las urnas el premio gordo de los próximos años dos días antes del sorteo de la lotería nacional. La campaña coincidirá con la del calvo de turno de los millones, los cavas y los perfumes.
Antonio Hernando, portavoz socialista en el Congreso, cree, por ejemplo, que las elecciones generales deberían haberse celebrado hace ya tiempo. No lo ha cifrado y, por tanto, lo primero que cualquiera puede preguntarse es cuánto tiempo hubiera necesitado de anticipo el PSOE para disputar una batalla en la que la izquierda se presenta fragmentada. El argumento de que un gobierno en funciones se podría tener que enfrentar a una situación compleja en Cataluña no es para tomárselo en serio, ni aun siquiera atribuyéndole a Hernando las dotes adivinativas que no tiene.
Sin embargo es verdad que Rajoy ha elegido fechas señaladas, dulces y a la vez tristes, además de espumosas, para celebrar unas elecciones generales que, dadas las circunstancias, van a resultar especialmente reñidas y con un ruido de fondo atronador.
A la lucha por la hegemonía en la izquierda se suma, tras el éxito de Ciudadanos en Cataluña, la lucha por la hegemonía en la derecha. No es fácil predecir lo que va a suceder antes ni después, cuando haya que contar los votos. Del mismo modo que nadie sabe a dónde van a ir a parar los millones del sorteo dos días más tarde.
