Asturias cuenta con 90 lagares que dan salida cada año a 45 millones de litros de sidra, esa niebla dorada que al espalmar se hace estrella y nos devuelve al paraíso, como decía Valentín Andrés Álvarez. Proporcionan empleo a 400 personas y facturan cerca de 50 millones de euros. Lo más destacado ha sido su capacidad de revitalización. Hace unas décadas, la decadencia atenazaba a unas industrias apenas profesionalizadas, con el consumo en retroceso y en las que la calidad no constituía la mayor de las preocupaciones. Una nueva generación de lagareros ha propiciado el estirón.

El resurgir de la sidra también arrastra a otros ámbitos económicos. La Denominación de Origen Protegida, que obliga a utilizar unas variedades muy concretas de manzana autóctona para obtener un caldo final con las máximas cualidades, alienta la plantación de pomaradas. Ya existen en la región 274 cosecheros registrados de manzana asturiana, que recolectan 2,1 millones de kilos. Y va cuajando el esfuerzo para conquistar mercados distintos con el lanzamiento de nuevos productos como las sidras de mesa o las sidras brut, competidoras para los almuerzos del vino y del cava.

La última diversificación llega de la mano de algunos pioneros, pocos todavía, que han decidido abrir sus lagares y sus fincas para convertirlos en un atractivo turístico y gastronómico. Pese a que cada uno de estos emprendedores rema por su cuenta y la promoción apenas pasó del boca a oreja, han tenido una buena acogida entre los visitantes foráneos, todo un logro en una región tan poco acostumbrada a vender bien lo propio. El llamado turismo de experiencias, de personas que no sólo desean conocer un lugar sino también participar y sumergirse activamente en sus tradiciones, está de moda.

Los escoceses lo hicieron antes con el whisky. Los viticultores del Penedés, Jerez, la Ribera del Duero o La Rioja han encontrado abriendo sus bodegas un interesante complemento de renta, que es de lo que se trata en Asturias si queremos recuperar el rendimiento de los pastos en desuso y las tierras yermas para que la zona rural no agonice.

El proyecto tiene fundamento. La sidra es casi tan antigua como el mundo. Plinio habla de bebida hecha de manzanas. Estrabón, en el siglo I antes de Cristo, escribe que los astures usan sidra porque tienen poco vino. Carlomagno, en sus "Capitulaires", cita ya como profesión la de sidrero. Pese a su universalidad -también la fabrican en Sudáfrica, Nueva Zelanda, Australia, Chile, Alemania o Suecia-, evoluciona en Asturias con una idiosincrasia propia y singular. El escanciado brazo en alto para liberar ácidos y potenciar las propiedades organolépticas no se da en ninguna otra parte. Documentos del siglo VIII del monasterio de Obona y el fuero de Avilés del siglo XII prueban que su consumo ya estaba aquí arraigado de antiguo.

Cómo se planta una pomarada, cómo se recoge la manzana, cómo es por dentro un lagar, las distintas fases de la elaboración, cómo fermenta un tonel, cómo distinguir las características de un culete exquisito son procesos desconocidos hasta para muchos asturianos. Junto a la divulgación de conocimientos, la pequeña oferta surgida completa las visitas a las instalaciones con rutas de senderismo, excursiones, catas y espichas, esa exaltación comunitaria de la amistad exclusivamente asturiana a caballo entre lo psicológico y lo sociológico.

De inmersión histórica y culinaria a espectáculo natural. La floración del manzano en las extensas plantaciones que empiezan a proliferar, superando el incapacitante minifundio de la región, nada tiene que envidiar a la del cerezo del valle del Jerte extremeño. Desarrollar estas actividades cuenta con el valor añadido de su vigencia durante todo el año, y en particular en el otoño y el invierno, la época de plenitud de los lagares, factor a considerar para mitigar la nunca vencida estacionalidad del turismo norteño.

Así empezó el turismo rural: con unos pocos adelantados que contagiaron al resto y el Gobierno Principado caminando en su misma dirección. Aunque basta con que la Administración no estorbe. Ahí permanecen estancados por desidia proyectos como la candidatura para proclamar esta bebida como Patrimonio de la Humanidad, que lleva nueve meses parada, o el Museo de la Sidra de Nava, que debería erigirse en referencia de la investigación y articular alrededor la erudición sidrera y hoy es casi un juguete roto, inmerso en una interminable crisis y casi a punto estuvo de cerrar. Nadie concebía como negocio próspero los descensos en canoa, los guías de escalada por los Picos o las escuelas de surf -el pasado verano en auge- hasta que unos emprendedores valientes se movieron con talento e imaginación para captar clientes.

La sidra de hielo, los brandys, los orujos, los vinagres, la sidra sin alcohol, la sidroterapia, los zumos de manzana tan apreciados en otras latitudes? Detrás de algo tan arraigado y consustancial a Asturias como la manzana y su jugo todavía asoman un montón de oportunidades. Sólo materializándolas el sector alcanzará en plenitud esa categoría de "Idea" con mayúsculas de Asturias sobre la que filosofó hace años Gustavo Bueno a propósito de la sidra.