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Profesor de Matemática Aplicada

El puerto de la felicidad

Sobre la búsqueda del bienestar y el cruce de culturas

El objetivo de la vida no es otro que la búsqueda de la felicidad, la de uno mismo y también la de los demás, de los que te rodean y con los cuales tienes roce, e incluso, por qué no, de aquellos que no conoces. Estambul es una ciudad que me encanta porque su nombre significa el puerto de la felicidad. Es una ciudad apasionante, "carrefour des cultures" (cruce de culturas), donde Oriente da la bienvenida a Occidente, o al revés, depende de cómo se mire. Sin embargo, hoy no voy a hablar de Estambul, porque para eso están las guías. Hoy me apetece hablar de la búsqueda de la felicidad y también del cruce de culturas.

Cada cual busca la felicidad a su manera. Unos la buscan mediante la excelencia en el conocimiento y toda la satisfacción que esto genera. Son los intelectuales. Otros intentan encontrar un pariente próximo, como es el dinero y el poder que éste conlleva, y en ocasiones se encuentran solos. Son los financieros. Y la mayoría solo busca tener un lugar digno para vivir y poder criar a los hijos gracias a los frutos del trabajo. Recordaré hasta que me muera a mis abuelos maternos, Velo y Benigna, con los que me crié y aprendí a ser persona. Para ellos, y también para mis padres, la búsqueda de la felicidad consistía en vivir el día a día intentando otorgarnos un mejor futuro, sobre todo a través de la educación. Creo que muchas personas de mi generación (la del 61) se verán reflejadas en mis palabras.

Esta búsqueda de la felicidad y compromiso que tuvieron nuestros ancestros es la que permitió transformar un país como la España de los años 60, que poseía un número muy limitado de universitarios, al país moderno que es hoy en día. Los datos del antiguo Consejo de Coordinación Universitaria dicen que en 1960 había 171.000 alumnos matriculados en las universidades españolas. Hoy en día esa cifra supera el millón y medio de estudiantes en un total de 83 universidades, de las cuales 50 son de titularidad pública. Fue necesario el sacrificio de varias generaciones para obtener dicho resultado. Lo escribió magistralmente Ángel González, uno de mis poetas preferidos: "Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo, hombres de todo mar y toda tierra, fértiles cuerpos de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo?".

Pues bien, España y Asturias están en un momento histórico en el que es necesario el mismo compromiso con nuestros jóvenes que el que tuvieron con nosotros nuestros mayores. Un país y una región que pierde a sus jóvenes, y en particular a los mejor formados, no tiene futuro. ¿Para qué han servido entonces tantos cuidados, tantas noches de desvelo, tantos biberones y potitos Bledine, si nuestros jóvenes se nos escapan? Unos al control, abocados al botellón a partir de los 13-15 años, y otros al exilio tecnológico. Siento el tono pesimista, pero creo que tenemos que plantearnos como sociedad qué futuro queremos. Lo que está ocurriendo en nuestro país es ilógico y no se le ocurre ni al que asó la manteca. No es posible que en nuestras ciudades el único divertimento que tienen nuestros benjamines cada fin de semana sea caerse borrachos como cubas y que sus padres santifiquen como corderos el coma etílico. Habrá que actuar y averiguar, como lo saben ellos, quiénes les distribuyen esa bazofia y cerrar sin titubeos esos tugurios. Es llamativo ver a nuestros jóvenes con bolsas del supermercado regional cargadas de dinamita, cada fin de semana, semana tras semana. Mientras tanto los más inteligentes se dirigen a Santiago del Monte a coger un avión que casi ya no visita nuestra región, pues no necesita aterrizar en un lugar carente de futuro. Es necesario que como sociedad recuperemos el contrato de aprendizaje y que los veteranos transmitan sus conocimientos a los jóvenes para que exista un relevo sin discontinuidades. Si continuamos organizando nuestros recursos humanos a tirones perderemos la memoria y dejaremos escapar a otros lares el talento.

Vuelvo al Puerto de la Felicidad, vuelvo a Estambul y a la inteligencia emocional que históricamente estas gentes han desarrollado gracias al comercio, pues como bien dice Julio Verne en el prólogo de las "Tribulaciones de un chino en China": "Cuando los sables están enmohecidos y brillan las rejas de los arados; cuando las cárceles están vacías y llenos los graneros; cuando los escalones de las gradas de los templos están gastados y los patios de los tribunales de justicia se ven cubiertos de hierba; cuando los médicos van a pie y los panaderos a caballo; está bien gobernado el imperio".

Deberíamos gobernar nuestro imperio para la búsqueda de nuestra felicidad y la de nuestros hijos, y la de aquellos que nos rodean y con los cuales convivimos. La riqueza no sirve para nada si no se reparte, si no provoca la felicidad en nuestro entorno, si solo genera miseria. ¿Queremos tal vez vivir en una república bananera o rodear nuestras casas de rejas y concertinas? Espero que algún día adoptemos ese modelo de comercio orientado al interés y al bienestar del otro, y entonces desaparecerán los mercados de la guerra y de la desesperación. Y también deseo que algún día paremos de importar contenedores, del Este o del Oeste, repletos de productos de chichinabo, y que empecemos a interesarnos en la cultura de esos pueblos, y que les pidamos que nos envíen lo mejor que tienen, porque los respetamos y queremos aprender de su cultura. En respuesta ellos también nos pedirán que enviemos lo mejor que tenemos.

Termino con un homenaje a ese gran bazar que es Estambul, cruce de civilizaciones. En él conviven turcos, kurdos, sirios, libaneses, iraquíes, persas, egipcios y nuestros compatriotas los judíos sefarditas, que también en su día fueron vilmente expulsados de sus casas. En este gran bazar no existe un precio, ¿para qué? ¡Es el puerto de la felicidad y el precio lo marca la cara del cliente! En este gran bazar no se habla una sola lengua, se hablan todas. Harían bien algunos de nuestros políticos, adictos al pinganillo, en pasar en él unas cuantas semanas. Aprenderían el arte del comercio y de la tolerancia. La alianza de civilizaciones no era una mala idea. Sólo había que creer en ella y llevarla a cabo. ¿Para cuándo una Turquía con plenos derechos en Europa? Sé que es difícil, pero necesario.

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