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Secretario del Consejo Asturiano del Movimiento Europeo

Demonios familiares

El 25.º aniversario de la unificación alemana

Se cumple este octubre el vigésimo quinto aniversario de la unificación alemana. Una cesura en el proyecto comunitario que puso en pie un coloso de 80 millones de habitantes, alterando definitivamente el equilibrio franco-germano sobre el que se asentaba la Comunidad Europea.

La unificación no estaba escrita en las estrellas. El lenguaje sirvió de avanzadilla al bautizar al acontecimiento como reunificación. Se partía de que la unión de 1871 culminaba un proceso histórico necesario e inapelable. En verdad, el lema de aquel 1990 ("Nosotros somos un solo pueblo") fue posible por una decisión política tolerada por el resto de los europeos. A la vista de la experiencia histórica no cabe duda de que asumimos ciertos riesgos.

Desde su unificación Alemania ha actuado con creciente resolución en la escena internacional. Tanto que a veces parece verse tentada a fiar su futuro a sus solas fuerzas, orillando su apuesta por una armónica integración europea. No debería hacerlo. El proceso de integración no es una aspiración del idealismo alemán sino que responde a sus intereses vitales y estratégicos. Su vuelo en solitario ha forjado coaliciones (dos ya en un siglo) que, recurrentemente, la han derrotado y hundido en la miseria.

Sin duda Alemania debe ser un actor principal en la esfera internacional para defender sus intereses frente a vecinos inquietos, como Rusia, o vacíos de poder que pueden tener consecuencias directas en sus fronteras, como los que se producen en Oriente Medio o el Magreb. La UE, con su Política Exterior y de Seguridad Común y su permanentemente embrionario ejército, le ofrece una buena oportunidad para lograrlo sin caer en la dependencia del cada vez más voluble amigo americano, o en un rearme con ecos siniestros en nuestro continente.

Alemania debería recordar que, como Estado, también es mortal. Pese a su formidable capacidad y voluntad no puede, ni de lejos, enfrentar la dimensión de ciertos riesgos que caracterizan nuestro siglo como el cambio climático o los desplazamientos masivos de refugiados. La clave de su gestión pasa por un esfuerzo de colaboración regional y, cada vez más, interregional. La vuelta a los mecanismos estatales, por formidables que estos sean, es encarar una tempestad en un esquife.

Alemania (y con ella Europa) encara de nuevo sus demonios familiares. Esperemos que esta vez sea capaz de superarlos. Contamos para ello con una Unión que, si bien imperfecta, es una buena apuesta de futuro. Nos jugamos un nuevo viaje europeo al final de la noche.

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