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Joaquín Rábago

La división, en el ADN de la izquierda

Cuando los dirigentes se dedican a lanzarse reproches en vez de resolver los problemas de los ciudadanos

Vuelve la izquierda a la división, algo que parece formar parte de su ADN. Son de todos conocidas las funestas consecuencias que tuvo la división de la izquierda a lo largo de la historia europea y en nuestra propia guerra civil con las mutuas acusaciones entre socialistas, anarquistas y comunistas.

Ahora son por fortuna otras, aunque no menos urgentes, las circunstancias y también otros los partidos, pero la división vuelve a estar ahí. La derecha tuvo siempre claro dónde estaban sus intereses. La izquierda se ha empeñado una y otra vez en absurdas polémicas nominalistas o pugnas personalistas. Y así le ha ido.

Mientras los ciudadanos reclaman la unidad de los partidos que se dicen de izquierda para hacer frente a los grandes desafíos de la sociedad, sus dirigentes se dedican a dirigirse reproches que sólo pueden generar desánimo y llevan a la fragmentación del voto. Hay quienes, aburridos, optan por quedarse en casa; otros se abstienen por pureza ideológica en el convencimiento de que todo lo que se haga serán simples parches pues el sistema, argumentan, no tiene arreglo. Y mientras tanto quienes sí tienen claros sus intereses se frotan las manos.

En las últimas municipales, los ciudadanos expresaron claramente su deseo de un profundo cambio, de que se acabe con tanta corrupción en los partidos, en las instituciones, de que se comience a gobernar con mayor transparencia y se corrija el crecimiento incesante de las desigualdades. Y algo se ha logrado desde entonces: sobre todo en frenar la proliferación de esos desahucios que dejan en la calle a familias enteras que están sin trabajo o que pertenecen a esa nueva categoría que no deja de crecer por culpa de las mal llamadas " reformas" laborales: los "trabajadores pobres".

Y, sin embargo, en algunas ciudades, esa nueva izquierda se ha dedicado a una absurda política de gestos que se podía haber ahorrado, pues sólo ha servido para provocar de modo innecesario a muchos ciudadanos y servir de comidilla a las tertulias, en lugar de centrarse en lo que realmente importa: la profundización de nuestra más que imperfecta democracia. Porque hay tareas relacionadas con las luchas seculares de la izquierda como la defensa de los derechos humanos y sociales, la emancipación o la solidaridad, que van a requerir a partir de ahora todo su esfuerzo.

La izquierda no puede perder más el tiempo ni desgastarse en luchas personalistas ni en peleas aplazables como la retirada de algún busto en la calle o de un retrato en un despacho oficial por mucho que a algunos puedan molestarles. ¿Hasta cuándo, habrá que decirles a esos partidos, parafraseando al clásico, abusaréis de nuestra paciencia?

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