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Abajo la propiedad y el coche

Sobre las empresas que facilitan el intercambio de casas en la red y el uso cooperativo de los coches

El viejo sueño anarquista de la abolición de la propiedad está a punto de ser convertido en un hecho por el capitalismo. No serán Bakunin ni el príncipe Kropotkin quienes inspiren tan revolucionario principio, sino las empresas que facilitan el intercambio de casas en la red y el uso cooperativo de los coches. Algo no cuadra aquí.

Pronostica por ejemplo Ryan Chin que los coches circularán sin conductor en las ciudades del futuro, abastecidos por millones de datos para evitar choques, atascos y demás inconvenientes del tráfico actual. Como el futuro es pasado mañana en este acelerado tiempo, no extrañará que el modelo ya lo esté ensayando Google con su prototipo de coche fantástico.

Lo notable del caso es que, según Chin -investigador del célebre Instituto de Tecnología de Massachusetts-, los vehículos sin conductor serán compartidos, como el autobús, de tal manera que se haga innecesaria la compra de un automóvil. La propiedad, al menos en este caso, dejaría de tener sentido.

Ya hay, en realidad, empresas de tipo cooperativo que facilitan compartir el coche o intercambiar el uso de propiedades inmobiliarias durante unos días. Otras, como Uber, chocan con la legislación de determinados países, aunque en muchas ciudades de Estados Unidos hayan convertido a miles de personas en taxistas ocasionales.

La idea de Uber, que por el momento tropieza con la rigidez normativa de Europa, consiste en un aparente intercambio de servicios. El particular que ofrece su coche le saca un pequeño rendimiento; y el cliente que alquila esos servicios se beneficia de una tarifa más barata. El truco reside en que, al final, es siempre una empresa generalmente residenciada en Norteamérica la que se lleva la parte del león en los beneficios. De hecho, el gigante Uber, con sede en San Francisco, vale ya 45.000 millones de euros en Bolsa; y la más modesta Airbnb, dedicada al intercambio de casas, está tasada en 7.200 kilos.

Más que abolir la propiedad, lo que este método facilita es su concentración en unas pocas firmas que actúan a escala planetaria, beneficiándose del trabajo -sin regulación ni Seguridad Social- de sus voluntarios colaboradores.

Conseguir que alguien trabaje para tu negocio sin exigencia alguna de horarios, salario regular o seguros sociales es, sin duda, el sueño de cualquier capitán de empresa. Por ahí va la llamada economía colaborativa. Sin más que dar con el adecuado algoritmo que refine y hasta adivine los gustos de clientes y trabajadores voluntarios, cualquiera puede montar su industria de intermediación. Y dirigirla, naturalmente, desde una oficina con un pequeño número de empleados a los que sí tendrá que pagar según las regulaciones laborales del país.

Curiosamente, un negocio tan moderno y rompedor como este se basa en la viejísima figura del intermediario. Los empresarios de la nueva economía no hacen otra cosa que ejercer el papel de celestinos entre un cliente que busca un servicio a bajo coste y un trabajador que vende igualmente barato su tiempo de faena.

Sostienen sus partidarios que esta fórmula tan guay abolirá la propiedad tal y como la conocíamos hasta ahora; pero quia. A lo sumo va a concentrarla en unas pocas manos mientras despoja a los currantes de los derechos laborales que tanto costó adquirir. Lo único que está cambiando es el nombre de los propietarios.

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