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Joaquín Rábago

Lealtad y amiguismo frente a meritocracia

El italiano Renzi no ha tardado en caer en algunos de los vicios que había denunciado

Poco ha tardado el primer ministro italiano Matteo Renzi, el hombre que había prometido acabar con la vieja política en Italia, en caer en alguno de los vicios que con tanta vehemencia como convicción denunciaba.

Renzi, el exscout que llegó al palazzo Chigi sin pasar por las urnas, tras dar un golpe dentro de su propio partido y que prometió "meritocracia", se ha dedicado por el contrario a tejer una red de cargos de confianza en los distintos sectores, desde la economía y la cultura hasta los medios de comunicación, premiando la fidelidad en lugar de la competencia.

La forma de operar del joven político obedece a una idea antigua, que no nos resulta extraña por cierto tampoco a los españoles: el partido gobernante debe intentar ocupar todos los nudos del aparato del Estado hasta conseguir su total dependencia.

Es, como señala el semanario "L'Espresso", una "visión neo-centralista, con sus referencias histórico-culturales a los años cincuenta y sesenta (del siglo pasado), los del boom económico y el milagro italiano", exitosa experiencia que le gustaría repetir ahora a Renzi.

Constituye una práctica de "ocupación de cargos por parte de un cortejo de fieles" que se ha apresurado a denunciar el filósofo y exalcalde de Venecia Massimo Cacciari porque en ningún caso, explica, contribuirá a crear una auténtica "élite de Estado".

Un Estado competente, escribe Cacciari, se forma mediante la cuidadosa selección de "burocracias inteligentes, motivadas y relativamente autónomas en relación con los tiempos y los plazos de la acción política", es decir, no dependientes de los cambios de gobierno.

Un jefe de Gobierno debería "fomentar, y no sólo permitir, la formación de élites totalmente independientes en los distintos sectores, ya sea el cultural, el técnico y el científico", justo lo contrario, dice el filósofo, de lo que ocurre en las universidades italianas.

Renzi fue, como es sabido, alcalde de Florencia, y debió de aprenderse allí bien a su Maquiavelo, quien escribió que un indicio de la sabiduría del príncipe, sobre todo si es nuevo, es contar con un grupo de hombres "suficientemente fieles" y conservar su fidelidad, haciéndolos partícipes de cargos y honores.

Pero, comenta Cacciari, si pretender que la elección de los ministros se deba exclusivamente a criterios meritocráticos y transparentes es "pura ilusión", no se puede tampoco renunciar a "la capacidad y las competencias" de aquellos a quienes se nombra.

Es preciso, antes bien, llegar a un difícil equilibrio entre élite burocrática y élite política, y del mismo dependerá la calidad democrática del Estado.

Y nunca podrá presumir de verdadero liderazgo quien considere peligroso estar rodeado de colaboradores que no le deban algún favor o beneficio. Algo que vale lo mismo para un país como Italia que para el nuestro.

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