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Historia de una torpeza

Lo que aportaron los gobiernos españoles al sentimiento independentista catalán

Cuando se escriba la historia de las torpezas políticas en la España contemporánea, uno de los capítulos más sabrosos de leer será el dedicado a estudiar las causas del auge independentista en Cataluña entre los años 2000 y 2015. Es decir, en la etapa que va de la segunda legislatura del presidente Aznar a la primera (y puede que última) del presidente Rajoy. Dos prohombres de esa derecha española que tiene a gala ser el único garante de la unidad de la patria. La primera legislatura de Aznar, que gobernaba en minoría con el apoyo parlamentario de los nacionalistas catalanes y vascos, fue todo mieles. El Presidente hablaba catalán en la intimidad y los favores políticos a los socios se multiplicaban desde el BOE. ("Le hemos sacado al PP en un día más que al PSOE en trece años", comentó ufano el viejo Arzallus). Pero aquella armonía circunstancial se quebró al alzarse Aznar con mayoría absoluta en su segunda legislatura. Entonces, ya con las manos libres, el Presidente impulsó dos proyectos políticos que fueron muy polémicos. En política exterior, significaba la sumisión total a los planes militares del presidente norteamericano George Bush en Oriente Medio. Y en política interior, cortarle las alas a las autonomías (sobre todo a la catalana) y convertir el terrorismo y la lucha contra el terrorismo en el centro de las preocupaciones del Gobierno.

La etapa de Aznar concluyó con los terribles atentados del 11 de marzo y la pérdida del poder para el PP, pero le dejó también a su sucesor un esquema político del que nunca supo salir. A saber: el terrorismo (tardó varios años Rajoy en aceptar la versión judicial sobre la autoría de los atentados de Madrid) y el anticatalanismo. Dos asuntos que entendían los estrategas del PP que les daba votos y fidelizaba a su clientela electoral. Y en ese terreno se movía la confrontación política hasta que el nuevo presidente socialista, Rodríguez Zapatero, tuvo que hacer honor a su promesa de dar por bueno cualquier Estatuto que saliese del Parlamento catalán en el que, por entonces, había una mayoría no nacionalista.

El renovado Estatuto era extensísimo y entraba en detalles más propios de un reglamento que de una ley orgánica, pero calificaba de nación a Cataluña, lo que alborotó a la derecha. Antes de ser aprobado en el Parlamento español fue "cepillado a conciencia", como dijo Guerra, pero la sorpresa se dio al trascender que el texto definitivo había sido pactado en secreto por Zapatero con Artur Mas, que era el líder de la oposición catalana. Con todo y eso, fue ratificado en referéndum con el 73,9% de votos favorables. El resto de la historia es conocido. El PP recurrió el texto al Constitucional, maniobró para conseguir una mayoría de magistrados afines a sus tesis, y al cabo de un tiempo obtuvo una sentencia que anulaba varios artículos del Estatuto. El enfado popular en Cataluña fue monumental y la primera gran manifestación se produjo con un presidente socialista, Montilla, a la cabeza.

Ahora se preguntan algunos cómo es posible que el sentimiento independentista haya pasado en pocos años de un modesto 10% a casi un 48%. En cuestión de sentimientos no se puede provocar a la gente.

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