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Cien líneas

Sin valores

Julen Arzuaga, de Bildu, y Íñigo Errejón y Pablo Echenique, de Podemos, lamentaban ayer que la jefe del PP en el País Vasco, Arantza Quiroga, hubiese dimitido. No hace falta más para comprender a qué se dedicaba Quiroga que se ha ido después de proponer la deslegitimación de la banda etarra en vez de la condena rotunda.

Representaba lo peor del PP que, terrible efecto, había cogido el relevo precisamente de lo mejor del PP: María San Gil y Ortega Lara entre otros.

Era igual en todo a los del PSOE: una presencia agradable y un fondo accidentalista.

Si para mantener el poder y el dinero -o el dinero y el poder- que es lo único que entiende esa gente es preciso ceder incluso en la unidad de España pues se cede. Si hace falta realizar genuflexiones ante los pistoleros, se ensayan. Y todo en medio de frases hechas, ideas vacuas y tópicos del pensamiento políticamente correcto.

Lo más grave de Arantza Quiroga es que está en la vanguardia del PP. Quiero decir que su juego es el que se lleva. Supongo que habrá dimitido porque el partido tiende a cero y mejor dejarlo ahora que con el turrón encima de la mesa. La mano tendida a los criminales ha sido solo un pretexto para largarse.

Rajoy, después de perder las elecciones generales y de realizar un misterioso viaje a América, decretó allá por la primavera del 2008 que liberales y conservadores sobraban en el PP. Así fue.

Quedaron los tecnócratas y los socialcristianos, gente que no cree en nada si de política se trata y que se limita a imitar, incluso a obedecer, a los socialistas, a los separatistas y a lo que haga falta.

Hasta aquí han llegado el registrador y su gente. Para hacer lo que hacen mejor Sánchez. Y si siguen, peor para ellos. Para todos.

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