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Joaquín Rábago

Arzobispo

Los temores del responsable eclesiástico de Valencia ante la llegada masiva de inmigrantes y refugiados

El arzobispo de Valencia ha tenido una auténtica pesadilla. Parece ver una futura Europa llena de ciudadanos de piel más oscura que la nuestra que tenderán sus alfombras en plena calle para rezar a su Dios. Nuestro cardenal y arzobispo se imagina seguramente un continente en el que las espadañas de las iglesias con sus elegantes y sonoras campanas se verán progresivamente sustituidas por altos minaretes desde los que tronará varias veces al día la voz del almuecín. Una Europa como ésa contra la que en otros países del viejo continente como Alemania se rebela un movimiento ya conocido como Pegida ("Patriotas europeos contra la islamización de Occidente").

Por supuesto que el arzobispo de Valencia nunca recurrirá a métodos violentos como han hecho algunos de ese grupo porque tales métodos no son propios de un príncipe de la iglesia. Él se limita a avisar de lo que puede sucedernos si seguimos abriendo de par en par las fronteras a esos individuos llegados de otros continentes, que no son como nosotros. "¿Cómo quedará Europa dentro de unos años con la que viene ahora?, se preguntó ante la prensa el arzobispo para completar así su argumentación: "No se puede jugar con la historia ni con la identidad de los pueblos?".

Ahora que acabamos de celebrar el Día de la Hispanidad, habría recordarle al arzobispo lo que protagonizó esa institución de la que forma parte hace varios siglos y que él parece haber olvidado: el atropello bajo el signo de la cruz de la identidad de otros pueblos. Claro que se trataba entonces de "salvajes".

Tampoco sabemos si pasea el arzobispo por las calles de su ciudad pero, si lo hace, parece llevar una venda en los ojos. De otro modo no se explica que diga, frente a lo que sostiene por ejemplo Cáritas, que no ve a "más gente pidiendo en la calle o bajo un puente que antes".

Monseñor no cree tampoco que muchos de esos que llegan a nuestras costas sean en realidad "perseguidos". No lo son al parecer quienes "sólo" huyen de la miseria o de la guerra y buscan en este continente una vida más segura para ellos y sus hijos.

Y por supuesto no se pregunta inmediatamente por las causas de los conflictos que dan origen a ese éxodo masivo que tanto parece asustarle, por la explotación de los recursos de esas naciones, por el apoyo de nuestros gobiernos a dictadores que favorecen nuestros intereses en detrimento de sus propios pueblos.

¿Acaso ha olvidado esa virtud teologal llamada "caridad" o ese sentimiento tan humano, ensalzado ya por Pablo de Tarso, al que llamamos con una palabra tan latina como "compasión", es decir, comprensión del sufrimiento del otro, que debería llevarnos a la solidaridad?. ¡Ay, monseñor!

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