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La tira y afloja

Un barcelonés se independiza

La permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea - A propósito del ganador del bote récord de 101 millones de euros en la primitiva

Un vecino de Barcelona obtuvo el otro día la independencia, aunque el hombre -o la mujer- no la haya declarado oficialmente. Ni falta que hace.

Quienquiera que sea, el ganador del bote récord de 101 millones de euros en la primitiva podrá ejercer a partir de ahora su soberanía personal -mucho más importante que la nacional-, el libre albedrío y en definitiva, la autodeterminación.

El premio ha dotado a su beneficiario del derecho a decidir si se va de vacaciones todo el año o sigue trabajando como hasta ahora, para no aburrirse. En uso de su recién adquirida soberanía, estará en condiciones de viajar adónde le plazca y cuándo le venga bien. Podrá mantener su residencia en Barcelona o establecerla en Hawai, sin más que dar la pertinente orden de pago al banco. A esto le llamamos libertad, pero es que está mal visto hablar de dinero.

Ocurre otro tanto con los países. Las naciones ricas tales que, un suponer, Alemania, son las que de verdad están en situación de obrar con soberanía e incluso ordenar a las demás qué es lo que deben hacer. Si Merkel es la encargada de poner orden en Atenas o afrontar -en lugar de la UE- el problema de los refugiados que buscan asilo en Europa, ello se debe al poderío económico de su país. Ya se trate de estados o de simples particulares, el dinero y no el texto de mármol de la Constitución es lo que les da la independencia.

A la inversa y por la misma razón, otras naciones teóricamente soberanas como Grecia, Portugal y, en general, las del Sur de Europa han de someter los presupuestos de sus estados al visto bueno de sus acreedores.

Tanto da que en Portugal mande un gobierno conservador o que los griegos hayan elegido a uno de izquierda radical, como el de Syriza. A la hora de la verdad, Passos Coelho y Tsipras obedecen con la misma diligencia las órdenes de los estados con dinero suficiente para ser soberanos. Lo que digan sus electores tiene carácter meramente consultivo.

Salvo que a uno le toque la primitiva, la independencia es una fantasía para quienes se ven obligados a depender de un trabajo (y no digamos ya para los que ni siquiera lo tienen). Lo mismo ocurre con aquellos países de economía menesterosa a los que la fortuna no ha querido bendecir con el premio de una potente industria y una sólida musculatura financiera.

De ahí que la soberanía resulte una idea más bien quimérica en un mundo tan interdependiente como el actual. Soberanos ya no parecen siquiera los EE UU, que hubieron de resignarse a la entrada de capital japonés en algunos de los grandes estudios cinematográficos que son el emblema de su poderío. Incluso los americanos, ciudadanos de la nueva Roma, tienen que hacerse a la idea de que el PIB de la República Popular China amenace con superar más pronto que tarde al suyo.

Ninguna de esas evidencias estorba a quienes siguen creyendo en que la independencia es un bálsamo de Fierabrás capaz de resolver todos los problemas de un país; y no la piadosa ficción que a todas luces parece.

El único que de verdad se ha independizado es ese ciudadano barcelonés que ejerce su soberanía sobre 101 millones de euros. Y sin que Merkel le diga dónde gastarlos?

La hora de la verdad se acerca para el primer ministro británico, David Cameron. Desde hace unos días, han comenzado las campañas (a favor y en contra) para el prometido referéndum, a celebrar antes de finales de 2017, sobre la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea. Y el camino no se presenta fácil para el primer ministro. La intención de Cameron, en los próximos meses, es negociar un acuerdo con los principales socios europeos (la alemana Angela Merkel y el francés François Hollande), que le permita mantener el clásico imaginario tory respecto a la UE: lograr "lo mejor de los dos mundos" (es decir, seguir dentro de Europa con mejores condiciones, sin avanzar en una mayor integración política).

El problema es que todo está por hacer. Bruselas se queja de no haber recibido la lista de exigencias de Cameron para seguir en la Unión Europea, aunque se saben: limitación de la libertad de movimientos, primacía de los parlamentos nacionales sobre la legislación comunitaria o recuperación de competencias en materia de Interior, Justicia y derechos laborales, entre otras.

Y el tiempo apremia (Francia ya ha advertido que no quiere que el referéndum coincida con las presidenciales galas de la primavera de 2017, por lo que el primer ministro Cameron podría adelantar la consulta al año que viene).

Además, los sondeos son inciertos (uno de la semana pasada elevaba al 47% a los partidarios de abandonar la UE) y crece la sensación de que, cuanto más se tarde en hacer el referéndum, más tiempo tendrán para hacer valer sus argumentos los contrarios a Europa (muchos de ellos, en las propias filas del primer ministro). Veremos si, esta vez (como en el referéndum escocés o en las pasadas legislativas), Cameron logra sacar un conejo de la chistera que le permita seguir a flote hasta 2020.

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