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Profesor de Matemática Aplicada de la Universidad

Entre eunucos y jenízaros

Paralelismos entre el palacio de Topkapi, en Estambul, y el mundo actual

En una reciente visita a Estambul, el puerto de la felicidad para los turcos, Constantinopla para los griegos y la Nueva Roma o Bizancio para los romanos, visité el palacio de Topkapi, que domina el Bósforo en su unión con el mar de Mármara y el Cuerno de Oro. Este palacio fue la obra de diferentes sultanes sobre la antigua acrópolis de Bizancio. Las conquistas siempre se construyen sobre los cadáveres de los conquistados. En este tema somos especialistas los españoles en la conquista del Nuevo Mundo. Sin embargo, casi nadie se interesa por la visión de los vencidos, lo cual es primordial si deseamos reconciliarnos con nuestro pasado. Digo esto a pesar de que mis ancestros estaban entonces sembrando patatas en una zona que va desde Las Caldas a Las Regueras.

Cuando uno se sitúa en los jardines del palacio, cerca del río, surge del recuerdo el castillo de Peñafiel que también domina tres valles, pero esta vez sin agua. Empezó a construirse en 1459, unos años antes del redescubrimiento de América, en honor de la conquista de Constantinopla; y los diferentes sultanes, como hacen ahora los nuevos ministros o incluso los presidentes del gobierno con el mobiliario y la decoración cuando ocupan su nuevo despacho, fueron progresivamente derribando y ampliando diferentes pabellones según su gusto y capricho para dejar su marca. Este tema me recuerda la reciente y dolorosa metamorfosis de algunas ciudades españolas que, secuestradas por la fiebre del oro del ladrillo y el sueño de una noche de verano de algunos de sus alcaldes sempiternos, nos han dejado literalmente sin recuerdos sobre nuestra infancia. Siempre pienso en un niño que haya nacido en Oviedo en los alrededores de la plaza San Francisco en los 80. Creo que hoy en día sólo reconocería la iglesia y tal vez el incomprendido edificio de Hidroeléctrica del Cantábrico, que también ha mutado de nombre y que ahora pertenece a los chinos. ¿Son necesarias tantas metamorfosis en zonas de ciudades que deberían ser estables? Sinceramente lo dudo.

Nuestra crisis no es sólo económica, sino también de memoria, y por tanto algún día perderemos la inteligencia. ¡Es tan importante no olvidarse de quienes somos, y de dónde venimos para saber a dónde vamos! Una sociedad sin memoria es fácilmente manipulable. Por eso todos los dictadores intentan dejar su marca borrando todo vestigio del pasado. Lo hace hoy el EI con las ruinas arqueológicas, lo hicieron en su día los dictadores comunistas o fascistas en muchos países, y también los partidos nacionalistas, por ejemplo en Euskadi, vaciando los fondos fotográficos de San Sebastián, donde se ve cómo los nazis campaban a sus anchas invitados por el dictador que tanta miseria ha traído a este país. ¡Y muchos pensando que su aita era un gran gudari!

Es también muy interesante observar que la mayoría de los sultanes no duraban mucho tiempo, aunque alguno se mantuviese más de 20 años en el poder, como alguno de nuestros sultanes-alcaldes, y que estaban rodeados de eunucos y jenízaros, como también ocurre con los "poderosos" en algunas de "nuestras" instituciones. Los jenízaros eran el ejército, la guardia de confianza, y estaba formado por jóvenes cristianos de diferentes lugares conquistados por el imperio otomano, que eran raptados y convertidos al cristianismo. Eran educados como soldados al servicio exclusivo del sultán, y como todo nuevo converso (solo hay que observar a los nacionalistas catalanes) tenían esa mirada perdida que permitía al sultán disponer libremente de sus vidas. Estaban además condenados al celibato, para que estuviesen más centrados en los quehaceres de la guerra y no hubiese conflicto de intereses entre el sultán y sus respectivas odaliscas. El sistema parecía funcionar perfectamente hasta que, debido a su autonomía, los jenízaros amenazaron la existencia del sultán Mahmud II, que en una sola mañana ordenó cortar 7.000 cabezas, cuando en su día fue un ejército de 130.000 hombres bien aguerridos. De hecho, se cuenta que los verdugos vivían en palacio y que casi todos los días rodaban cabezas de notables y visires, que al entrar se percataban que habían caído en desgracia. Todo poder se mide por el número de cadáveres que rodean al que manda. Esta situación se parece mucho a la actual, en la que nuestros políticos se rodean de "fusibles" a los que se les corta la cabeza nada más que aumenta la tensión, aunque en estos últimos años el grado de pornografía política y desfachatez ha llegado a tal extremo que ni eso.

Finalmente estaban los eunucos negros y blancos que custodiaban el bien más preciado: el harén. Las odaliscas y las concubinas siempre son el último eslabón de la cadena del poder: "Money, sex and power". El harén y los eunucos de colores: los negros vigilaban a las mujeres y los blancos el exterior, imponiendo un estricto protocolo. No hace falta explicar por qué eran eunucos. El palacio de Topkapi llegó a tener 600. En nuestro caso la comparación es evidente con todos los representantes políticos (y también universitarios) que están castrados intelectualmente, que no toman decisión alguna, y que sólo guardan el harén de sus sultanes a buen recaudo. Desagraciadamente esta cifra se me antoja corta vista la cantidad de enchufados que deambulan como zombis por los pasillos de los entes públicos.

El descubrimiento por el mundo occidental del harén del palacio de Topkapi, después de la desaparición de los sultanes, había levantado morbo, misterio y expectación, dado que se comparaba al paraíso, cuando en realidad era más bien todo lo contrario: un mundo cerrado lleno de envidias y secretismos, donde las concubinas permanecían recluidas, intentando evitar todo contacto y transmisión de información sobre la preferida, o sobre el futuro heredero. Como ven el harén se parece mucho al estado de las autonomías, en el que el supremo sultán coquetea con cada una de ellas sin que realmente se sepan los merecimientos de cada cual. Las concubinas vascas y navarras parecen tranquilas porque tienen su cupo de placer, pero esto preocupa a las odaliscas fenicias que no comprenden cómo pueden ser segundo plato cuando son las mejores, y si son las peores es por culpa del sultán. Luego están las venidas del Sur, las más ardientes y que, según las malas lenguas, dilapidan las riquezas del sultanato no se sabe muy bien cómo. Y en el Norte, las concubinas astures, que llevan años dormidas, anestesiadas por las ayudas y las prejubilaciones. Dicen que su futuro es negro como el del carbón que tanta riqueza y daño les ha hecho.

Como ven, éstas son lecciones de la historia aún presentes hoy en día. El sultanato desapareció a principios del siglo XX cuando Mustafá Kemal, Atatürk (el padre de la patria), fundó la república turca después de la derrota del imperio otomano en la primera guerra mundial. Para llegar a este punto se necesitaron sultanes crueles, y anteriormente también emperadores romanos del imperio de Oriente que construyeron la famosa muralla de Constantinopla y quisieron recoger en un solo libro todo el saber universal. El pobre Teodosio no podía imaginar lo que el ser humano es capaz de trajinar cuando se le otorga la libertad de pensar. En cualquier caso fue un intento muy meritorio que hoy en día es contemplado como la primera enciclopedia y que nos enseña que la historia de un país tiene ciclos de sol y sombra, de luz y también de oscuridad.

A veces me pregunto cómo será nuestro ocaso, si habrá empezado ya, y si será mejor nacionalizarse "yankie", dado que siempre ganan en las pelis. Tengo la sensación de que la transparencia, la discusión de puntos de vista diferentes, el mérito y el consenso son los únicos mecanismos que nos ayudarán a mantener nuestro "sultanato" a través del tiempo, sin necesidad de caer en las manos de jenízaros, ni tampoco rodearse de "castrati" que menean la cabeza en signo de asentimiento ante su señor. Sé que la política trata de solucionar los problemas de la poli y de "ayuntar" fuerzas para coronar diferentes cimas de índole social, aunque últimamente casi siempre parezca lo contrario. Pero, como dice el eslogan de una conocida cadena comercial. "Yo no soy tonto" (idiota en este caso). ¿Y ustedes?

¡Seriedad, please! Deberíamos de buscar la nube 7 y no solo conformarnos con la 4, como canta Philipp Dittberner en "Wolke 4". ¡No queremos más cantantes de play-back! ¡Viva la música en directo! ¡Viva el Ca Beleño!

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