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Eduardo Lagar

Hobbits contra elfos

Ganó Rivera en un duelo entre gente corriente

Hasta el domingo por la noche, la historia de la política emergente española discurría así: un hobbit llamado Pablo Iglesias iba camino del Mordor del bipartidismo, acompañado de su fidelísimo Errejón, para fundir el anillo de la Transición y acabar con este tenebroso reino que llaman democracia y no lo es. Los hobbits de Podemos iban a salvarnos más pronto que tarde.

Iban a salvarnos hasta que llegó el domingo, llegó "Salvados", se celebró el debate moderado por Jordi Évole, y brilló como nunca en el cielo de la expectativa electoral un elfo llamado Albert Rivera. Los elfos de Ciudadanos -gente corriente, pero de casting- tomaban el mando. Si el país quería quitarse el pelo de la dehesa, nadie mejor que ellos, que vienen con depilación integral de serie.

Esa noche, el argumento del señor de los anillos democráticos giró radicalmente. Los españoles pudieron comparar en el mismo cuadrilátero televisivo que, de los dos emergentes, el más pijo resultó ser el más normal, el más sociable y presentable, el que lo tenía más claro y, sobre todo, el que hacía mejor y más rápido las cuentas.

Ninguno lanzó idea novedosa alguna, ni falta hacía. Era gestión de percepciones: uno iba para presidente y el otro para resistente. Pablo Iglesias parecía abotargado, cansinamente parpadeante, a ratos estupefacto, como tocado por el humo de esa hierba que saborean los hobbits, según Tolkien. Hasta el maquillaje excesivo jugaba en su contra. Naranjito era él. Se la pegó y se veía que sabía que estaba pegándosela. Frodo se metió en su anillo y se hizo invisible. Todo para el elfo.

Pero lo importante del duelo de emergentes no fue el resultado. Van ganando los elfos, pero queda trecho hasta Mordor. Lo relevante fue el contraste con las imágenes del debate Aznar-González de 1993, el último entre dos primeros espadas. Aznar llevaba el pelo brillante como un tricornio y una mala leche a modo que aún le dura. Felipe González, en su andropausia política, ya nos miraba desde el cielo de la historia. Había dejado de ser como nosotros, los votantes. Aznar nunca lo fue. Estos dos chavales aún lo son. Ojalá les dure.

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