Juguemos a las conjeturas del 20-D. Rajoy ha empezado a atisbar el peligro en el tripartito. Pone el ejemplo de Portugal, donde los tres partidos de la izquierda están a punto de descabalgar al centroderecha liderado por el presidente en funciones del gobierno, Pedro Passos Coelho, ganador de las últimas elecciones.
La política es un juego de oportunidades: una realidad cambiante sujeta a contingencias. El socialista António Costa mantiene ahora que la izquierda heterogénea portuguesa se ha homogeneizado a marchas forzadas y está en condiciones de gobernar.
Hace quince días no era así, Costa, segundo candidato en número de votos, aseguraba no estar dispuesto a formar una "mayoría negativa" para su país junto al Bloco de Esquerda, un experimento similar al de Podemos en España, y los comunistas alcanforados, hasta no hace mucho defensores irreductibles de la salida del euro. En estos momentos la posibilidad de asaltar el poder y la urgencia de que Portugal se aleje del camino de la austeridad trazado por Europa, permite que las exigencias se aparquen y la izquierda pueda ponerse de acuerdo en el objetivo primordial que supone repartir el pastel.
Rajoy teme que, aun ganando las elecciones, algo que está por ver, la alianza tripartita sea igual de fácil de atar en España que en Portugal. Pedro Sánchez no ha hecho otra cosa que arrimarse al mensaje de Ciudadanos y Podemos. Albert Rivera ha repetido, como principio regeneracionista, que no contribuirá a desbancar a ganadores y que únicamente pactara con ellos en las instituciones como hasta ahora ha hecho. Pablo Iglesias dijo no hace mucho que sólo se pondría de acuerdo con los socialistas para gobernar en el caso de obtener más escaños que ellos.
Todo esto que resplandece como verdad mañana puede dejar de hacerlo por "la imperiosa" necesidad del cambio. Un cambio modulado por Ciudadanos. Rajoy ha empezado a percatarse de ello.
