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Investigador de la Universidad de Exeter

Por un futuro con urogallos

La gestión basada en evidencias, una necesidad imperiosa

El tiempo pasa, y tras un declive de más de treinta años, la situación del urogallo cantábrico no da síntomas de mejoría. Si sumamos todos los fondos destinados a su conservación, la cifra es fabulosa, pero los resultados son nulos. Esta falta de resultados sería asumible si existiesen evidencias en apoyo de lo que se ha estado haciendo durante todo este tiempo, y datos que explicasen el porqué del fracaso. Pero en realidad, ni siquiera sabemos con precisión cuál es la situación del urogallo a día de hoy. No lo sabemos porque no se ha recogido información básica para gestionar la especie. Y si no es posible detallar las causas del fracaso, es porque tampoco se planteó la necesidad de recoger información que permita evaluar las actuaciones.

Paradójicamente, los medios de comunicación publican noticias dando publicidad una y otra vez a lo mucho y muy bueno que se está haciendo por el urogallo. Es decir, no hay resultados pero vamos por el buen camino. No existe la autocrítica. ¿Cómo puede entenderse que alguien se felicite por estar haciendo las cosas tan mal? Sólo se me ocurre una explicación. Hablando de manera coloquial, se podría decir que los gestores del urogallo llevan treinta años haciendo el paripé.

Pero siempre se está a tiempo de hacer las cosas mejor, y quizás lo que hace falta es que los gestores se animen a reconducir la situación. Podrían empezar por basar su trabajo en los conocimientos disponibles, aumentar esos conocimientos y poner los medios para que las medidas adoptadas puedan ser evaluadas y corregidas en la dirección adecuada. Lo más urgente es conservar lo que aún nos queda, y para ello es necesario aunar esfuerzos y coordinar la gestión entre las comunidades autónomas implicadas, especialmente Asturias y Castilla y León. Se trata de una misma población, por lo que es necesario que exista coherencia en su manejo. Por ejemplo, si se considerase que prohibir la caza en las zonas críticas para el urogallo es una medida importante, no tendría sentido que eso se hiciese sólo en una comunidad y no en todas. Sin ese trabajo coordinado, las posibilidades de éxito se reducen de manera drástica. Para empezar a conservar hay tres medidas que se podrían poner en práctica de manera inmediata.

Sabemos que los urogallos han sobrevivido en los montes de Occidente, en los que apenas ha habido manejo forestal ni presencia de ganado durante décadas, y que casi han desaparecido de las zonas centrales y orientales de la Cordillera, donde la ganadería extensiva es una actividad importante. Los bosques más densos y con más matorral en su entorno son los que aún albergan urogallos. Dejemos esos bosques como están, y evitemos cualquier actividad potencialmente peligrosa en las zonas más sensibles, incluyendo el turismo, la ganadería o el manejo forestal. No se deberían realizar más rozas y clareos con la intención de mejorar los bosques donde los urogallos han sobrevivido todo este tiempo. Si han sobrevivido en esos bosques y no en otros, debe haber un motivo, por lo que no tiene sentido intervenir alterando su estructura sin fundamento alguno.

Los cercados de alambre causaron el declive del urogallo en Escocia, donde una tercera parte de las aves moría cada año al colisionar en vuelo contra ellos. Tras una intensa campaña de retirada y marcaje de cercados, la población se ha estabilizado. Según dos expertos escoceses consultados el mes pasado (Robert Moss y Kenny Kortland), las alambradas cantábricas en hábitat de urogallo son muy peligrosas, por estar ubicadas en las proximidades de las zonas de apareamiento, y por el modo en que están construidas (a menudo con alambre de espino, postes metálicos y siguiendo la línea de pendiente). La única medida eficaz para paliar sus efectos es retirarlas de manera urgente. Donde sea estrictamente necesario, esas alambradas podrían ser sustituidas por vallas de madera, pero siempre bajo la premisa de que hay que sacar al ganado del bosque y mantenerlo en los pastizales. Y hay que hacerlo para evitar que su actividad destruya los arándanos y el resto de las plantas que forman el sotobosque del que depende el urogallo.

Todas las evidencias y análisis disponibles demuestran con claridad que el programa de cría en cautividad que se desarrolla en Asturias es inviable, así que dejemos de capturar y marcar hembras para localizar y expoliar sus nidos. Ésta es una actividad que está en marcha en estos momentos en el parque natural de Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, autorizada y financiada por el Gobierno regional.

A la par que se hacen estas cosas, las administraciones deben ponerse de acuerdo para iniciar un seguimiento continuado de la población de urogallo cantábrico que facilite información fundamental para su gestión. Es necesario resolver cuestiones como cuántos ejemplares quedan y dónde, cuál es su viabilidad desde un punto de vista genético o cuál es su éxito reproductor. Y también cuáles son las características del hábitat donde la especie sobrevive mejor. Para ello deben seleccionar a un equipo independiente, con la formación y capacidad necesarias, y cuyo único interés y objetivo sea aportar información científica relevante.

Un estudio publicado en el mes de junio demuestra que el declive del urogallo cantábrico comenzó a mediados del siglo pasado, y que la caza de machos como trofeo fue la causa más probable que dio origen a ese declive. Los análisis genéticos indican además que a finales del siglo pasado la población sufrió una pérdida importante de variabilidad probablemente causada por un problema de endogamia. Éste debería ser un tema de investigación prioritario, ya que puede acabar con la población en pocos años, y el manejo necesario para tratarlo está claramente establecido. Los escasos ejemplares que sobreviven en el centro y oriente de la cordillera Cantábrica serían de gran importancia para ayudar a corregir esa situación. Dar por perdidos esos últimos enclaves del centro y oriente es una mala idea.

Es necesario cambiar el sistema de gestión y aplicar un manejo basado en la evidencia, en la generación continuada y sistemática de nuevos conocimientos y en la recogida de información que permita evaluar las razones de los éxitos y fracasos, para poder hacer los ajustes necesarios en las actuaciones que se lleven a cabo. Sólo así tendremos alguna posibilidad de que la próxima generación pueda ver urogallos salvajes en los bosques cantábricos.

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