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Retórica comprometedora

El Rey tomó esta vez un atajo en el discurso de los Premios para ir al grano La glosa de los premiados supone un riesgo innecesario

La ceremonia de los premios "Princesa de Asturias" dejó para el recuerdo una frase dirigida al corazón para estampar en camisetas -"Que nadie construya muros con los sentimientos"- y cierta sensación de economía ahorrativa en el circunloquio real sobre los premiados. El público agradeció a Felipe VI que fuese al grano en vez de restar interés y emotividad a sus palabras con el rodeo reiterativo que en años anteriores caracterizaba su intervención.

En cualquier manual de retórica la partitio del discurso consiste en despojar el asunto de los elementos que no conviene mencionar y, mucho menos, desarrollar; y amplificar, en cambio, aquéllos que sí merecen la pena. El ideal en la oratoria persigue la brevedad: no aburrir al auditorio, no traspasar el umbral de atención del público y evitar la desproporción entre discurso y tema.

Las palabras del Rey del viernes en el teatro Campoamor brillaron por su claridad y rechazo al desafío soberanista en Cataluña. Obraron como un aldabonazo ante la fractura social del país y, como es natural, fueron seguidas de una salva atronadora de aplausos. El atajo elegido para llegar a ellas, un rodeo menor en las semblanzas de los premiados, actuó, además, como un bálsamo en el subconsciente de la audiencia.

Acerca de esto último no vendría del todo mal reflexionar: ¿tiene necesariamente un jefe de Estado, en este caso el Monarca, que asumir el riesgo de detenerse en elogiar a premiados que en la práctica totalidad de los casos merecen esos elogios pero que en cualquier momento podrían dejar de merecerlos? Puesto que de vez en cuando -Albert Rivera lo ha hecho en esta ocasión- se comparan, a escala y dentro de su pompa y solemnidad, los premios "Princesa de Asturias" con los Nobel, habría que recordar, por ejemplo, cómo en Estocolmo son los académicos suecos los que imparten las bendiciones mientras que el rey Carlos Gustavo se limita a entregar las medallas y los diplomas. Alguien dirá que aquéllos son los premios de la Academia de Suecia y éstos los que representan con su nombre a sus altezas. Más a favor, ¿deben ellas comprometer su nombre y el de España glosando a personas por lo general admirables pero que por causas diversas pueden dejar de serlo?

La vida es contingencia. Imagínense, no cuesta demasiado hacerlo, un premio del Deporte, años atrás, en Oviedo a Blatter o a Platini, en la actualidad investigados por corrupción. ¿Podría haberse dado la circunstancia? Sí. ¿Estaría don Felipe lamentándolo? Indudablemente. Como este ejemplo se podrían citar otros cuantos.

La pregunta es ¿por qué asumir riesgos retóricos innecesarios? La glosa de los premiados del pasado ahí está, nadie la puede mover, sujeta a la voluble condición humana. La del futuro se podría empezar a evitar, y con ella la posibilidad de cualquier daño, desde mañana.

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