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Cien líneas

En el laberinto

Ecuador del Campeonato de Asturias individual de ajedrez. Carlos Suárez, estrella rutilante sobre el laberinto de los 64 escaques, ganó su partida y ya encabeza la clasificación. El terreno de juego, por así decir, es inmejorable: el palacio-hotel de La Magdalena, en Soto del Barco. Allí, entre las almenas que fueron testigo de aquella aparición que sufrió Vigil -sí, cuando oyó una voz que le decía ¡la nueva Pompeya, la nueva Pompeya!-, la tarde se hizo noche con los trebejos echando fuego. El Nalón, entre mil apremios, buscaba la mar ya entrevista y... como desgraciadamente no soy Carlos Bousoño, que en gloria esté, ahí lo dejo.

Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo que dijo el poeta -en este caso Cernuda- los jugadores, sin ventajas ni cuentos, se enfrentaron con la belleza de la inteligencia y la sabiduría del autocontrol porque, con frecuencia, no gana el más fuerte sino quien mejor se conoce.

Suárez jugaba en el segundo tablero contra Rivas. Un golpe táctico, un exceso de optimismo y el maestro FIDE se impuso. Le falta una norma para maestro internacional. En su día fue el campeón de Asturias más joven de todos los tiempos. Un genio.

En el primer tablero luchaban Acosta y Gutiérrez, ambos maestros FIDE. Combate abierto para acabar acordando tablas. Al instante Suárez se sumó para realizar esos análisis vertiginosos pospartida que con frecuencia son lo mejor de la velada. Insistía en que Acosta tenía opciones: presión por el centro y progreso del rey por un flanco o por el otro. En Segunda categoría Javier Llaneza entabló, a pesar de tener un ligera ventaja. Y así tantos y tantos otros. La secta del ajedrez es maravillosa porque cursa como la vida.

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