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Conectados y desconectados

El martes pasado, 27 de octubre, día en el que los católicos honran a San Florencio, fue una jornada de esas que se llaman históricas. En Barcelona, la mayoría del Parlamento catalán recién constituido propuso el inicio de un proceso para la creación de un estado catalán independiente, al término del cual el territorio se "desconectará" (como si fuese una instalación eléctrica) del resto de la nación española. Y en Madrid, con el Parlamento recién disuelto por la convocatoria de elecciones generales, el presidente Rajoy leyó una declaración institucional para garantizar que mientras él siga al frente de la gobernación del Estado la iniciativa soberanista no surtirá ningún efecto. "Podéis estar tranquilos, confiad en mí", vino a decir.

Las dos proclamas, la de la señora Forcadell dando vivas a la futura república catalana desde la presidencia de la cámara autonómica y la del señor Rajoy desde la sala de prensa del palacio de la Moncloa, han dejado a la ciudadanía perpleja y rascándose el cogote porque, fuera de la voluntad de desconectarse por parte de unos y de la voluntad de seguir conectados por parte de los otros, nadie nos ha explicado cómo pueden alcanzarse dos objetivos contradictorios sin que se produzca un estropicio.

En una ocasión histórica anterior (1931), cuando Francesc Macià proclamó la república catalana dentro del esquema legal de una república federal española quedó muy claro inmediatamente que la unidad de la nación no estaba en peligro. Ahora, no. Ahora, nada menos que 84 años más tarde, lo que ha quedado muy claro es que la mayoría del Parlamento catalán (que no representa exactamente a la mayoría de la población) pretende separarse definitivamente del Estado y construir otro sobre la base de las cuatro provincias que constituyen el territorio de la Generalitat.

La diferencia entre una y otra cosa es abismal y no se conoce precedente parecido en la moderna historia europea (los de Yugoslavia y Checoslovaquia partían de realidades diferentes). Construir un ente (o una persona, o un Estado) a partir de la mutilación de otro es un acto que requiere ejercer una cierta violencia, aunque esta sea quirúrgica.

Dios -nos cuenta la Biblia- creó a Eva a partir de una costilla de Adán pero parece difícil que Artur Mas, o quien le suceda al frente de la manifestación, pueda repetir un milagro parecido y traer al mundo un Estado catalán a partir de una severa mutilación del Estado español. Y también parece imposible que el Estado español, que es mucho más fuerte que el non nato Estado catalán, consienta que le hurguen en el costillar sin defenderse antes de que lo dejen inválido para siempre.

Conscientes de esa posibilidad, y seguramente para no asustar al público, los promotores de la independencia catalana han sustituido la palabra "secesión", que lleva asociados lejanos ecos de guerra, por "desconexión", un término que alude al acto más pacífico y doméstico de desenchufar algo (verbigracia, una nevera o una lavadora). No creo que les valga. Como tampoco le puede valer a Rajoy utilizar una crisis tan grave para presentarse ante la ciudadanía como el campeón insustituible que nos va a defender del peligro. Lo único interesante de la propuesta secesionista es lo de la república.

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