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Los insectos están para comérselos

De aquí a un año los españoles podrán encontrar insectos a la venta en el súper, junto a las verduras, las carnes y los pescados de toda la vida. Gran noticia para los papamoscas, que verán cómo se amplía el surtido de este tipo de comestibles una vez que el Parlamento europeo autorizó su comercialización hace apenas unos días.

La Eurocámara se limita a seguir las recomendaciones de la FAO, rama de alimentación de Naciones Unidas que en mayo de 2013 encontró en los insectos un magnífico recurso para combatir el hambre en el mundo. Por repugnantes que nos puedan parecer a los puntillosos vecinos de Occidente, estos bichos contienen tantas proteínas como la carne y su producción en serie resulta mucho más barata, según los sabios de la ONU. A ello hay que añadir aún la circunstancia de que contaminen menos que el ganado, al carecer de tubo de escape.

Ya son en realidad muchos los habitantes del planeta que no les hacen ascos a los insectos, aunque no más sea por falta de otros víveres que llevarse a la boca. Escarabajos, grillos, saltamontes, cigarras, chinches, escorpiones y hasta moscas forman parte del menú más o menos habitual de otros países que, a diferencia de los europeos, no se ponen tan melindrosos con este negociado de la comida.

Los propios expertos de la FAO admiten que se trata de una cuestión de prejuicios difícil de erradicar. El aspecto de un chinche, por ejemplo, no favorece precisamente la secreción de jugos gástricos; pero eso mismo podría decirse del marisco y otras delicias del mar. Las nécoras no son agraciadas y menos aún las centollas que evocan la figura de una araña gigantesca. Por no hablar ya del pulpo, ese monstruo cabezón lleno de tentáculos que espantaba al capitán Nemo: o del calamar que no para de escupir tinta viscosa.

Nadie comería estas primicias del océano si solo se fiase de su aspecto, lo que demuestra que en cuestiones de coser y almorzar, todo es cosa de empezar.

Quizá ocurra con los insectos lo mismo que en su día decían los anuncios de la tónica: que la hemos probado poco y por eso no nos gusta. Todo consiste en meterle el diente a un escorpión, que en China comen con guarnición de arroz, para descubrir tal vez un proteico mundo de sabores que aquí desdeñamos todavía por mero prejuicio.

Herederos de una viejísima cultura culinaria, los chinos han ideado igualmente platos de tanta textura para el paladar como el escarabajo en salsa de soja, los gusanos en jengibre y las cucarachitas alanceadas en una brocheta. Eso convierte a la República Popular en el principal candidato a suministrar tales delicadezas al resto del mundo, una vez que comience la cría a escala industrial de insectos aconsejada por la FAO.

Para sosiego de los más quisquillosos, la seguridad alimentaria de los bichos está garantizada no solo por este organismo sino también por las más altas instituciones de la Unión Europea. Y, naturalmente, por la Organización Mundial de la Salud, que preside la china de Hong Kong Margaret Chan.

Conviene tener noticia de estas cosas para estar al día y no meter la pata. La próxima vez que el amable lector se encuentre un bicho en el plato, por ejemplo, deberá asegurarse de que no se trata de un ingrediente más de la ensalada antes de hacer llegar su airada protesta al camarero. Los insectos están para comérselos. Ya solo es cuestión de que los regule la Unión Europea.

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