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He conocido a un joven estudioso saharaui que reside en España, donde lleva tiempo a la espera de un simple documento de apátrida, que solicitó hace año y medio. Vive en casa de la misma familia que generosamente le acogió en el marco del programa anual de "Vacaciones de paz" para niños saharauis y que ha vuelto a hacerlo años más tarde con el ya joven, que estudió mientras tanto en EE UU, donde hizo la carrera de derecho internacional. Pudo matricularse allí gracias a la beca de una ONG internacional que le había permitido terminar antes en Italia la escuela secundaria que comenzó en Argelia como otros adolescentes saharauis.

Su visado de estudiante, con el que viajó a EE UU, caducó tras acabar sus estudios y su pasaporte argelino no puede renovarse en ninguna embajada. Para ello, tendría que regresar a Argelia y a los campamentos, donde no ve perspectiva, por lo que espera entre nosotros a que las autoridades se dignen darle el visado de apátrida y poder luego regresar a EE UU, para hacer allí el doctorado.

Pese a sus estudios superiores y su condición de políglota -habla árabe, español, francés e inglés-, al no tener más que un documento que prueba que ha solicitado el visado de apátrida no puede trabajar aquí. Él se lamenta de que España haya abandonado a su suerte a todo el pueblo de un territorio que fue un día una provincia de España y cuyos habitantes -por ejemplo, sus abuelos- tenían documento de identidad español. Un territorio que la ONU sigue considerando "no autónomo" y cuya autodeterminación vienen exigiendo desde 1960 por su resolución 1415 las Naciones Unidas. ¿No tiene acaso España una responsabilidad legal y moral hacia los saharauis, que han visto cómo Marruecos, que controla un 70% del territorio, incumple un año tras otro el compromiso contraído ante la comunidad internacional de organizar un referéndum en el territorio que ocupó con la Marcha Verde de 1975? ¿Pesan acaso más los negocios con Marruecos, las armas que vendemos a ese país del Magreb o las eventuales presiones de Francia?

El saharaui, un pueblo laico, culto y no fanatizado como otros, que sigue atesorando el idioma de la antigua potencia colonial como su segunda lengua tras el árabe, se merece mejor trato.

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