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El color del dinero

En realidad el dinero es incoloro y muy sucio, por lo que se comete una injusticia o inexactitud arbitraria cuando se le endosa la aposición de negro para referirse a cobros y pagos oscuros, clandestinos, secretos, sin claridad alguna y realizados burlando la ley, de cantidades mayúsculas de euros, sustraídas y distraídas por pandillas de mafiosos corruptores y corruptos que lo obtienen a costa de apoderarse de los caudales públicos, producidos a escote por la clase que trabaja, de modo que el adjetivo que le va como un puro a la boca de Groucho y de M.R.B. es el de indecente o sinónimos, aplicables también, por ende, a sus ladrones; e igual de asqueroso que el que es fruto podrido de la explotación laboral, de la fuerza de trabajo no pagada a esclavos adultos y menores de edad, porque la esclavitud está abolida en papel mojado y en letra muerta, puesto que es un hecho tan cierto como que el sol sale por Levante y no por Antequera que hay niñas y niños como los que pone a andar por sus páginas Dickens, a quienes les roban infancia, salud y vida empresarios explotadores, muy ejemplares y canónicos para los traficantes de lo que sea y para cuantos no tienen escrúpulos en comerciar con carne humana; y como todo está jerarquizado, el color negro es el más devaluado en cuanto que es el de la piel y las pezuñas del diablo, del mal, del infierno y de una raza inferior a la blanca, según el nazismo que no muere, porque lo que nace se reproduce eternamente, aunque sea con nueva máscara o con otra carátula.

Y es repugnante hasta la náusea más violenta el cinismo de los próceres, politicastros y mangoneantes mangantes que no hacen más que ruidos con la boca en lo tocante a los rateros de altísimos vuelos, algunos de los cuales pasan un rato en la cárcel, de donde salen más ricos, porque en el trullo no gastan un cobre y la pasta de sus latrocinios les sigue, en tanto, produciendo beneficios en los bancos de lugares paradisíacos que no se andan con chorraditas de tonalidades y limpieza de las monedas en papel o en metal que les llevan en sacas o en maletines de un afamado marroquinero francés descendiente del maletero de la granadina Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, esos cacos de guante, claro que sí, blanco, tan blanco como sus blanqueados caudales caudalosos.

Por todo ello resulta ofensivamente grotesco que haya tiquimiquis que vengan con la milonga de que es preciso perseguir con contundencia y eficacia la economía sumergida de los que viven a salto de mata y de forma insegura, pintando una habitación aquí, reparando un grifo acullá, limpiando una casa allí, cuidando a un anciano allá y, entre chollo y chollo, se meten todos los meses en el bolsillo un dinerito, para vivir bajo un techo y sobre un suelo que no sea la acera de la calle; y poder comer para no desfallecer y comprar ropa y calzado para no ir sin zapatos y en pelota, ya que la mayoría no es nudista y, aunque lo fuese, el nudismo está prohibido y los condenarían por escandalizar con su desnudez a los demás viandantes; y todo ese bienestar pretenden lograrlo sin pagar un euro, conseguirlo de biribiri trabajando, como si trabajar fuera una actividad gratis para el currante.

Pero la cosa ya va, al parecer, bastante más allá, pues Verena, amiga mía y mujer muy resuelta y práctica, me contó que acababa de mandar a la mierda a su marido, a los cuatro vientos y en plena plaza pública, por lanzarles una filípica y una catilinaria a ella y al hombre que les pidió una limosna, después de que ella le diera una moneda al mendigo, pues el rata de mierda, según calificó a su esposo, pretendió que el pobre le devolviera el dinero, que era una moneda de dos euros conseguidos en negro, por lo que a saber cuánto recaudaba aquel indigente a diario, sin declarar nada a Hacienda de lo conseguido a lo largo del año, que no debía de ser poquito porque, si hubiera muchos memos como ella que le dieran cada día esa misma cantidad, estaría más forrado que Guillermo Puertas, y lo decía en español, porque era de España y, a mucha honra, y no como el pedigüeño que tenía pinta de ser del Este. Y si quería conservar la limosna, tendría que firmarle un papel, donde constara el importe de la cantidad recibida.

Muchos de los que cruzaban la plaza le dieron la razón, asegurando que les apetecía sentarse en el suelo con un bote al lado, para que los demás se lo llenaran de rico dinerito. El pobre, muy azorado, quiso devolverle la moneda, pero ella no solo se negó a cogerla, sino que le dio un billete de diez euros, miró desafiante al rata de mierda y en tono alto, audible a unos metros más allá de donde estaban, le chilló que se fuera a cagar en la mar, en la leche o en sus calzones. Y, antes de que se marcharan cada uno por su lado, el pobre le dijo muy bajito a Verena que sí, que era verdad que fuera del este, del este de España, de Menorca, y que estaba en Asturias, camino del sur, hacia una comuna anarquista.

Cuando volví a ver a mi amiga me dijo que Perpetuo, el rata de mierda, se había ido para siempre a casa de su madre; y ella, por su parte, vivía, llevándose bien consigo misma.

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