Una de las escenas más peligrosas que se rodaron en el celuloide fue la célebre carrera de cuadrigas en Ben-Hur. Quien no haya visto la peli, que espere a la próxima Semana Santa, no falla, siempre aparece en cartel junto a "La túnica sagrada", "Fabiola" y, excepcionalmente, "El Evangelio según San Mateo" de Pasolini. Pero no vinimos a hablar de cine sacro. Nos trae aquí la coz que le atizó Rossi a Márquez en el Gran Premio de Malasia. Que me recordó la famosa carrera de cuadrigas, a los dos contendientes principales, Ben-Hur y Mesala, el bueno y el malo, ¿se acuerdan? Los caballos blancos, los de Ben-Hur y los negros, los de Mesala. En vez de acelerar y embragar, los corredores romanos atizaban a sus corceles una tunda de latigazos de padre y muy señor mío. Evoluciona la carrera y recuerden cómo emparejados el uno y el otro recortan en las curvas, pasan los caballos blancos por dentro, en la recta siguiente los negros por fuera, jo, qué gozada, y Ben-Hur toma la cabeza y Mesala no se resiste y saca su mala milk a la palestra, y en vez de fustigar a los caballos, le atiza a Ben-Hur unos zurriagazos que lo desestabilizan y a poco me lo mandan a la grada, mientras los caballos a lo suyo, al trote salvaje y alocado. Otros corredores se van estrepitosamente a la arena y sus cuerpos son recogidos en camillas de cuero. Quedan los dos en carrera. Como Ben-Hur era más amigo de Dios y de mejores sentimientos, a pesar de los latigazos de Mesala, vence. Y Mesala se da una leche de muerte. En la enfermería del circo agoniza Mesala, momento de angustia, y entre estridor y estridor se reconcilian.
Las historias se repiten para poner en evidencia que eso que llamamos progreso es una pantomima. Y que a necios no nos gana ni la madre que lo parió. El otro día vimos en el circuito de Sepang, en Malasia, una versión corregida y aumentada de la peligrosa escena de Ben-Hur. Los protagonistas, Márquez y Rossi. Tirados no por cuatro caballos, sino por doscientos, a una velocidad de vértigo e incompatible con el sentido común se sacaban pluma en cada curva. En una de éstas, Rossi pierde los nervios, los que nunca debió de perder, y saca la pata del estribo y le atiza una coz que da con el español en tierra. No doy detalles, todos lo vimos. E imagino que nos sorprendimos cuando el juez del Gran Premio permite al agresor seguir en carrera. Como si nada. En ese deporte, espectacular y adrenalínico, el ir al límite es la norma, un traspiés y te puedes tronchar hasta los huesos del alma. Donde más rígido se debiera ser a la hora de aplicar la normativa, la vida está en juego, con menos rigor se aplica. ¿Y eso? Ya sabe, lo del poderoso caballero. Mandar a Rossi al banquillo por lo que restaba de temporada supondría tirar por la borda una pasta, y mantenerlo en su cuadriga, y además con morbo añadido, la gallina de los huevos de oro. Coces aparte.