Londres es una ciudad particularmente susceptible a las nieblas naturales del invierno. Está rodeada de colinas bajas, con pantanos en sus alrededores y la atraviesa un gran río. Su ubicación favorece el fenómeno meteorológico de la inversión de temperaturas. En otras épocas, el humo cargado de azufre de los fuegos de las chimeneas domésticas de carbón y de las fábricas, incapaz de elevarse a la atmósfera superior, penetraba en la niebla, simulando distintos colores amarillo, marrón, verde o negro. Claude Monet, en sus pinturas, supo plasmar como nadie este proceso.

La mezcla de niebla y polución enseguida se conoció como pea souper, en alusión a la densidad característica de la sopa de guisantes. Era tan gruesa que quienes caminaban a través de ella apenas alcanzaban a verse los propios pies. Entonces surgieron los linklighters, que se ganaban una propina con sus antorchas encendidas conduciendo a los peatones por un mundo oscuro.

Además de nociva para la salud, la niebla inspiró crimen y literatura. A medida que la ciudad crecía, el fenómeno se reprodujo con mayor frecuencias, las brumas se hicieron más densas y duraderas. El progreso trajo luego una limpieza en el aire que destejió, en parte, la leyenda.

Ahora, la niebla, ha vuelto a Londres por el aumento de la contaminación, que al igual que sucede con Avilés se manifiesta como el Guadiana. El problema en la capital británica son los vehículos de motor. Los londinenses están tan atados a ellos como antes a las chimeneas de sus casas. El inefable alcalde Boris Johnson, sin embargo, no ha tenido inconveniente en negar el hecho: "Se trata de un mito absurdo", declaró sin tener en cuenta de que se trata de algo patrimonial por encima de cualquier alarma.