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Matías Vallés

La pesadilla del 11-S se adueña de París

El terror parisino se inauguró en enero con "Charlie Hebdo", y nadie se atrevería a asegurar que concluya en noviembre, en el también legendario "Bataclan". Dos símbolos de lo que Hitler y los islamistas llamarían degeneración de las costumbres occidentales. En realidad, dos ejemplos de la inteligencia crítica llevada al extremo. El pánico difuso de anoche consolida a los "boulevardiers" del terrorismo, que actúan sin objetivos concretos. Ejecutan a sus víctimas mientras pasean, apretando el gatillo del kalashnikov con la tranquilidad que la inmensa mayoría de sus contemporáneos aplican para disparar sus teléfonos inteligentes. Ni siquiera toman la prevención de cubrir sus rostros, recargan con calma sus fusiles mientras sus futuras víctimas huyen despavoridas.

En el "Bataclan" actuaba el grupo "Águilas de la Muerte", para redondear las metáforas. La selección de este local confirma sangrientamente que lo prefiriéramos a la bobalicona Torre Eiffel. Todo París estaba en la calle, a merced de los terroristas. Desde el primer momento, "Le Monde" y "Libération" señalaban que recibían la información de miembros de su redacción que eran clientes de los locales donde cursó la matanza. Uno de los periodistas figura entre los heridos.

Cuesta reconocer que se ha cumplido la pesadilla avanzada por los profetas de la diseminación del terrorismo islámico. En las semanas posteriores al 11-S de 2001, estos visionarios diseñaron paisajes en que los ciudadanos no podían acudir al centro comercial o al restaurante de moda, por miedo a que un terrorista decidiera abatir indiscriminadamente a los clientes. Las almas serenas replicaban que se sobreestimaba el potencial de fuego y de incorporaciones de Al Qaeda. La ecuación se ha invertido, y los parisinos eran ayer confinados en sus domicilios. Toque de queda. Para la historia, quince años no son nada.

París no es un territorio neutro, su carga icónica desborda a Nueva York. El pánico añadido se debe a que no ha ocurrido una incursión con una meta predeterminada, sino una excursión a muerte que solo el cine se había atrevido a imaginar. De los lobos solitarios a las manadas solitarias. El semiatentado del avión ruso en el Sinaí debió extremar las alertas. Quienes decían que no cabía elucubrar si los sucesos de anoche iban a producirse, sino cuándo iban a materializarse, se sentirán reivindicados. Los asesinos dominan la escenografía, la onda expansiva de la matanza cubre el planeta entero como una nube tóxica. Esta vez no funcionará una simple manifestación con presidentes democráticos entrelazados con dictadores, por el mismo Boulevard Voltaire donde los terroristas camparon ayer a sus anchas.

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